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Opinión

«Comerás flores», de Lucía Solla Sobral

Ojalá sea hoy el primer día que abras el periódico y leas esta columna, porque quiero escoger mis mejores palabras para hablar sobre la sensación literaria del momento, el libro de Lucía Solla Sobral, «Comerás flores» (Libros del Asteroide, 2025).

Soy de esas personas intensas que buscan amor y belleza entre la realidad y la gente, pero leyendo a Lucía encontré violencia en muchos rincones donde nunca había mirado. Mientras lo leía le grité bajito con mucha fuerza: «¡Vete!» Cuando se enfada contigo y acelera el coche, vete. Cuando te castiga con silencios, vete. Cuando tienes miedo de su reacción, da igual a qué, vete.

Que nadie te castigue. Que nadie te haga sentir miedo. No lo disculpes pensando que ya se le pasará, que tiene otras virtudes, que en el fondo te quiere. Se merece que no le quieras. Si alguien te contase tu vida sabrías ponerle nombre. Cuando lo ves en los demás lo identificas a la primera, pero cuando te pasa a ti lo dejas para luego. Miras hacia otro lado, lo compensas con otras cosas. Las rendijas de tu cuerpo por donde se cuelan el miedo y la culpa crecen, tus pulmones silban cada vez más fuerte, las pequeñas gotas de agua que te debilitan pero que nunca acaban de llenar el vaso siguen cayendo. El mal querer.

El libro de Lucía nos cuenta eso y mucho más. Deseo con todas mis fuerzas que mucha gente lo lea y le esté dando las gracias, porque me faltan palabras para decir que su novela es una maravilla. Que en cada página podría estar el final porque a cada página no le falta nada. Que con cada línea se podría escribir otro libro entero, uno sobre el amor bueno.

Esas heridas cotidianas de las que habla, tan difíciles de percibir desde dentro, hasta que llegas a un punto en el que sabes con total claridad que eso que sientes no es lo que deberías de sentir. De cuántas formas distintas nos cuenta que su protagonista llora. De qué manera tan profunda echa de menos a su padre sin necesidad de nombrarlo. Cuánta vida te puede robar una sola persona. Qué pequeñas son las palabras que hacen falta para hundir a alguien y qué grandes las que necesitas para marcharte.

Escuché a Lucía Solla Sobral el viernes en la presentación que hizo en Vigo, en la Galería Maraca. Me gustó ella, me gustó todo, me gustó ver que ya no le dolía nada.

En una escena de la película «Las chicas están bien» (Itsaso Arana, 2023) el personaje de Irene Escolar le manda un mensaje de audio a un amigo (…): «Estoy aquí cerca de un río y esta va a ser la primera vez que me declare a alguien. Y he pensado que no pasa nada. Me gusta la idea de que existas en el mundo y creo que eso ya debería valer. Me gustas como idea, me gustas como unidad. Me gusta no depender de tu mirada porque yo ya estoy cansada de depender de la mirada de los demás. El amor es completamente mío y no una respuesta a tu mirada, ¿me explico?».

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