Opinión | El correo americano
Ellos se adoran, tú te peleas
Ocurrió en PDT, un pódcast de derechas presentado por un hombre llamado Patrick Bet-David. El invitado era el cómico Adam Carolla. Este coincidía con los presentes en su visión de los acontecimientos; es un hombre conservador, apoya a Trump y detesta a la izquierda. Hasta que le preguntaron por Jimmy Kimmel. El célebre presentador del «late night» de la cadena ABC se ha convertido en un personaje muy odiado en esos círculos después de los comentarios que hizo sobre el asesinato de Charlie Kirk, cuando acusó a los miembros del movimiento MAGA de intentar sacar rédito político de la tragedia. Su programa fue retirado de la parrilla unos días. Luego volvió a emitirse. Pero Carolla, para sorpresa de sus anfitriones, solo podía decir cosas maravillosas sobre Kimmel. «Es un hombre bueno y generoso. Tiene convicciones y dice lo que piensa». No solo eso. Resulta que gracias a Kimmel, Carolla tiene una carrera. Le ayudó mucho en sus inicios. Hasta el punto de que sin Kimmel no habría Carolla.
El tono de la entrevista, en ese momento, cambió. Carolla es uno de los suyos y comparte los mismos adversarios. Pero, en esta ocasión, la broma a costa de Kimmel no iba a tener un cómplice. Carolla es una persona leal. Y tiene memoria. Cuando Kimmel le echó una mano, él trabajaba como entrenador de boxeo. Y mira dónde está ahora. Esto fue un shock para el presentador y sus tertulianos, los cuales piensan que Kimmel no solo tiene unas ideas equivocadas, sino que además es un enemigo. Pudo ser también esta una escena confusa para la audiencia, quizás ansiosa por regocijarse en su sesgo de confirmación, a la espera de observar cómo Kimmel sufría un linchamiento. Los oyentes, sin embargo, tuvieron que escuchar a uno de sus referentes decir que ese tipo al que odian no solo es una buena persona, sino también un «buen ciudadano».
Esto dice mucho de la altura moral de Carolla, claro. En este momento dulce de su carrera, esos recuerdos de él en el gimnasio como formador de púgiles podrían volverse borrosos, ocultándose así la parte incómoda de su biografía, cuando recibió apoyo de alguien etiquetado ahora como un ser despreciable por los hooligans de su bando, y el hombre podría sucumbir a la tentación de presentar su destino triunfal en el nuevo mundillo mediático como inevitable, con Kimmel o sin Kimmel. Pero le dio al César lo que le correspondía al César. Asimismo, la ocasión también nos recuerda lo absurdo que resulta la polarización cuando se interponen en ella las cosas de comer. Lo personal, en este caso, es irremediablemente político. Si Kimmel es una persona de principios que simplemente no piensa como él, como dice Carolla, ¿por qué tanto odio y tanto escándalo? Porque ciertos medios se juegan su existencia si no predican el sectarismo o dejan de mantener el ruido elevado. De ahí que el mismo Carolla reconozca que los días que recibe más ataques de sus seguidores (arriesgando, en consecuencia, su puesto de trabajo) son precisamente aquellos en los que defiende a su amigo.
A veces, las sociedades polarizadas parecen explicarse como una geografía estática de trincheras. Los unos están siempre con los unos y los otros siempre con los otros. Sin apenas rozarse. Cuando lo cierto es que muchos coexisten en el mismo ámbito, compartiendo tantas aficiones como carcajadas. En la pantalla todo parece una batalla a muerte de rojos contra azules, pero esta se potencia por razones fundamentalmente monetarias. Si Carolla elogiara a Jimmy Kimmel y predicara el entendimiento entre las gentes con mucha frecuencia, probablemente no sería hoy ese afamado comunicador que existe, según sus propias palabras, gracias a Kimmel. Carolla asegura que no habla nunca de política con el presentador de ABC. Para qué arruinar la cena si hay tantas cosas sobre las que hablar, dice. Cada uno con su negocio y en paz. Para pelearse (o matarse) por las ideas, ya están los ingenuos espectadores.
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