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Opinión

Trump 007, con licencia para matar

Me pasma y me causa espanto lo que veo, lo que ocurre y lo que no ocurre, quiero decir, la ausencia de reacción ante los atroces disparates que se enseñorean ante nuestros ojos.

Por ejemplo, Trump. Este hombre esperpéntico, de descomunal narcisismo, es como una tenia que devora la democracia desde dentro, diríase que aspira a vaciarla de sus esencias. El Estado de Derecho se asienta sobre las ideas de representación electiva, separación de poderes y garantía de los derechos de los ciudadanos. Su objetivo es la protección de estos frente a las arbitrariedades del poder. Pero con Trump está ocurriendo que el Estado de Derecho es desplazado por el Estado de la fuerza, la voluntad del autócrata desprecia todo contrapeso que límite el poder. Trump representa una involución y subversión de valores democráticos, pues si la democracia supone el imperio de la ley, aquel representa el imperio de la fuerza. Los modos, maneras y apetencias son claramente las de un autócrata bravucón, de política zigzagueante, caprichosa, chulesca y rencorosa. Este hombre vulnera sin recato la Constitución estadounidense y los derechos humanos, es un adicto a las exhibiciones de fuerza y violencia, donde el temor sustituye a la razón y ahoga el diálogo. Véanse sino los ademanes despóticos, las capturas de inmigrantes, los atentados a la libertad de expresión, sus enfrentamientos con los tribunales, los ataques a la libertad académica, o, en fin, los insólitos despliegues paramilitares en ciudades gobernadas - ¡qué casualidad! - por alcaldes demócratas.

El abuso ilegítimo y bárbaro de la fuerza es especialmente sangrante y alevoso en los casos de destrucción de embarcaciones procedentes de Venezuela. Bajo pretexto de que transportan drogas para su introducción en Estados Unidos, son brutalmente aniquiladas. En otro tiempo, las lanchas sospechosas eran interceptadas por la Guardia Costera. La sospecha del tráfico de drogas puede justificar su intervención, comprobación de la mercancía y detención, en su caso, de sus ocupantes. Pero en algún momento la Administración estadounidense concluyó que el apresamiento no era suficientemente eficaz en la lucha contra el narcotráfico, por lo que se decidió aplicar tácticas militares consistentes en la destrucción violenta – bombardeo- de la embarcación y sus ocupantes. Pero, como ha dicho Michael Becker, profesor del Trinity College de Dublín, el hecho de que Estados Unidos tache a sus ocupantes de narcoterroristas en modo alguno los convierte legalmente en objetivos militares. Trump declara la «guerra contra el narcotráfico», ardid de nomenclatura con el que trata de crear un escenario bélico que le sirva de coartada para investirse de unos poderes exorbitantes que justifiquen el empleo de medios militares expeditivos y letales.

Algunos hablan de «ejecuciones extrajudiciales» llevadas a cabo sin acusación, sin pruebas, sin juicio. Dadas estas ausencias, aquella bárbara acción no tiene otro nombre sino el de asesinato, porque se trata, sin paliativo posible, de homicidios salvajemente alevosos, por más que se quieran venderse como acciones militares o de guerra en defensa de los intereses estadounidenses. Recuérdese, ETA también llamaba «ejecución» a su ingente matanza de gente inocente. Este desvarío del lenguaje ni engaña ni emboza la realidad que se quiere ocultar.

Pero si causa asombro el modo de gobernar de este hombre, no es menor el que despierta el beneplácito mostrado por otros países. Sonrojo produjeron los honores fastuosos con que fue recibido por el rey de Inglaterra, que le rinde esa pleitesía ridículamente engalanada con carrozas «modelo cenicienta» y formaciones de hombres ataviados con ropajes de domador de circo o libreas de lujo.

Y, después de los horrores perpetrados en Gaza, no pueden sino producir estupor las alabanzas que Trump dedicó a Netanyahu en el parlamento israelí donde alardeó de haber suministrado al ejército el mejor armamento del que –añadió- Israel hizo un buen uso. Sin comentarios.

Hay más. Bochornosa resultó la última performance ad pompam vel ostentationem, de estudiada escenificación a mayor gloria de Trump al que, elevado sobre un estrado, iban accediendo los mandatarios de diversos países – y entre ellos nuestro presidente, ¡vaya por Dios! - en procesión de vasallaje para un singular estrechamanos, gesto, por cierto, que me atrevería a afirmar sirve a Trump para acompañarlo de un lenguaje de signos propio: a este le tira del brazo, al otro le da palmadita en la mano, con otro sonríe a dentadura abierta.

Es obvio que el presidente estadounidense se erige en «hacedor de la paz» en Gaza. Sin embargo, no puede ir de pacificador quien colaboró con Netanyahu. No engaña Trump con su facundia elemental ni puede blanquear el horror perpetrado en Gaza por el gobierno israelí. Al convenio de paz debe seguir la justicia; aún más, no hay verdadera paz si no hay justicia para con los crímenes de guerra cometidos en Gaza, y no hay justicia mientras Netanyahu y algunos de los suyos no rindan cuentas ante la Corte Penal Internacional, por la que está aquel interpelado con orden de detención. La paz no significa impunidad.

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