Saltar al contenido principalSaltar al pie de página

Opinión

Cuesta abajo

El aura se acaba. ¿Cuánto dura el aura? Yo qué sé. Nadie lo sabe a ciencia cierta. Lo que dure, y adiós. Y cuando se desgasta, o se rompe, difícilmente vuelve a ser la que fue. Los estados de gracia tienen algo de ingrávidos y sutiles. A veces se ve venir su pérdida, y a veces, aunque venga, uno se niega a reconocer que llegó. No cuesta tanto simular que está sobre uno. «Hacer como que sí» es una maniobra que nos sale natural a casi todos. Qué hay de malo en llevar la contraria al resto del mundo. El error posee sus propios misterios.

La decadencia no se cierne solo sobre las personas, por otra parte. Empieza siempre por ellas, y después continúa por sus organizaciones, instituciones, compañías, incluso países. Impresiona, en el caso de los países, cómo su grandeza se diluye alcanzado un punto. La caída en desgracia puede ser gradual, lenta, o incontestable y fatal. Durante mucho tiempo la crisis de un país puede ser un hecho fantasmal, discutible, que se confunde con lo contrario. Para unos es decadencia, no hay duda, y para otros, por supuesto, una era distinta del esplendor. Quizá el caso más impresionante sea el de Estados Unidos. A la vez que desde dentro hay una corriente poderosa para hacer creer al país que recuperará la grandeza perdida, desde fuera se empieza a constatar que el aura desapareció, y que no va a volver, o no en mucho tiempo.

Estados Unidos fue, tal vez sea aún, el país más fascinante que existe, y a lo mejor nunca dejará de serlo. Pero en cada fase quizá por distintas razones. No cabe duda de que durante décadas se las ha ingeniado para hipnotizarnos y que sintiésemos un interés desaforado por cuanto venía de allí, hasta convertir su influencia en una parte de nosotros, sin la cual los días seguramente perderían color. Han ejecutado la colonización más eficaz de todas las épocas a través de la seducción por el consumo masivo: da igual el qué, siempre se las ingeniaban para crearnos necesidades insoslayables.

Es así como vemos sus películas sin descanso, oímos su música, desayunamos sus cereales, almorzamos sus hamburguesas, bebemos sus refrescos, dormimos en sus hoteles aunque nos movamos por Europa, ponemos de ejemplo sus medios de comunicación, sus universidades, nos hacemos con su tecnología, calzamos sus zapatillas, vestimos sus vaqueros, leemos a sus escritores, viajamos a sus ciudades, admiramos sus iconos deportivos, políticos, culturales, sus marcas, conmemoramos sus fiestas, adoptamos sus superhéroes, estudiamos su lengua, envidiamos su competitividad, su capacidad para traducirlo todo a dinero, ponemos por las nubes el sueño americano, la democracia americana, la economía, el dólar, la maquinaria, los pioneros, los espectáculos, los intelectuales americanos.

De la mañana a la noche, del primer al último día del año, de la infancia a la vejez recibimos sin parar impactos mediáticos y mercancías estadounidenses. No menos fascinante que todo esto, sin embargo, es que estemos asistiendo al principio del fin de semejante seducción. Solo ellos mismos podían tumbar su propio coloso. Espectaculares hasta el final.

Suscríbete para seguir leyendo

Tracking Pixel Contents