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Opinión

Tétrico, épico, trágico y dramático

Cuando el narrador intenta convertir la apasionante evolución de un forúnculo en la guerra de Troya

Cumplo mi promesa de la semana pasada. Les decía entonces que la exageración en las conversaciones y en los medios de comunicación (pantallas incluidas) está ya sacando los pies del tiesto de modo harto frecuente. Que si no cacareas y amplías lo tuyo hasta el límite de arruinar la veraz y leal conversación o comunicación, ni caso que te hacen, ni espacio te conceden en el medio, la cadena o la plataforma. Que ya no sabes si darle un cachete a tu interlocutor por hinchahistorias y tramposo o un besito por enseñarte cómo va la cosa del contar en estos tiempos de léxico paupérrimo, sintaxis esquizoide y semántica de mercadillo.

Se caía un guaje del triciclo y lo solventabas ante la peña con un «el chiquillo se hizo un rasponazo». Hoy sería noticia y se daría así: «Un horripilante accidente provocado por el choque de dos triciclos infantiles produjo una monumental devastación en la rodilla izquierda y en la arruinada autoestima de un chiquillo de Bocentellas al que hubo que aplicar dos fenomenales gotas de betadine en la aterradora herida producida al caerse inconmensurablemente del aciago vehículo».

Y qué decir de una nimiedad que ni se contaba, por tratarse solo de unas plantitas amustiadas. Oíganla hoy: «Una épica llovizna originó ayer una mastodóntica matanza de pulgones en los soberbios y tremebundos geranios que lucían en una grandiosa y hercúlea maceta del ciclópeo y chévere segundo izquierda de un regio edificio de Casaldáliga. La destrucción de los insectos produjo un horroroso y genial espectáculo que congregó a una estupenda e inmensa multitud. ‘Fue magnífico, maravilloso, casi infernal’, declaró uno de los presentes. ‘Fue legendario’, resumió otro que pasaba por allí».

Lo que oía un servidor en el autobús de madrugada, el lamento de «tengo un ratón en casa, a ver si lo cazo» se acabará trastornando en un insoportable y brasas: «No me hables, tío. Tuve una noche de lo más cruel, desastrosa. No te digo más que quedé desolado por aquel feroz y monstruoso espanto, chico. Fue pavoroso, salvaje: espeluznante con todas sus putísimas letras, con las trece [sic], macho. Oí un gigantesco y horrendo chillido, como de una hoja de papel de fumar al caer al suelo, ¿sabes cómo te digo?, encendí la luz y vi el atroz y horrible arrasamiento que había dejado tras de sí un exorbitante y terrible ratoncito de tamaño histórico, uno o dos centímetros, el muy brutal hijoputa».

Y el virus ha acabado por contagiar a los sedicentes críticos que (Boyero aparte) no se sabe si ponen por las nubes un callo malayo de peli o una serie, o tratan de evitarnos el trago de ver una muy presunta obra maestra. El estupendo y jibarizado resumen de Tino Pertierra cuando puso un cero cerote a un film, tan solo precedido (el suspenso) de un explícito y divertido «Seré breve», lo ocupa hoy el parloteo ese tan de los años 70 del XX (y pretenden ser modernísimos sus firmantes, ay) que queda así de mono: «Esta miniserie de trescientos veinte episodios es apoteósica. Filmada con unas imágenes excelentes, fabulosas, formidables y no exentas de ferocidad, desarrolla el bárbaro y bestial asolamiento de una pareja hetero, que los lleva a la catástrofe más despiadada y a un destrozo épico cuando pierden el autobús en una vandálica y violentísima mañana, quedando a expensas de un glorioso e histórico paisaje vaciado y vacío por la lluvia que los obliga a tomar la terrible, titánica y tremenda decisión de tomar un taxi».

Cuando alguien me cuenta algo, soy de los que voto por enterarme de lo que me cuentan. No voto por aguantar un rollo desmesurado (hiperbólico) que me impida valorar. Pues bien, la falta de buenas lecturas nos ha llevado a que triunfe esa media hora robada a mi tiempo para narrarme la apasionante evolución de un forúnculo como si fuera la guerra de Troya.

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