Opinión | Crónicas galantes
Historias de gafes y gafados
Decía el primer eslogan ideado para atraer turistas a este país que España es diferente; pero eso fue hace sesenta años. Ahora no difiere gran cosa de cualquier otra nación europea, salvo en los horarios: y aun así ocupa el segundo o tercer lugar del mundo por el millonario número de viajeros que la visitan. Algún rasgo especial tendrá.
Aunque muchos de ellos valoren el sol del sur, las playas y los precios —ya no tan asequibles—, lo cierto es que a esas tópicas atracciones se ha agregado en los últimos años todo un catálogo de emociones inesperadas.
Pocos países pueden ofrecer en un muy corto período de tiempo la erupción de un volcán, oleadas de incendios nunca vistas y hasta un apagón que dejó a España con los plomos fundidos durante un día entero. Las reclusiones domiciliarias de la pandemia ya no se incluyen, dado que el covid afectó al mundo entero.
Todos estos sucesos, y alguno más aciago todavía, han coincidido con el Gobierno de Pedro Sánchez. Sus adversarios, que le llaman de todo menos guapo—aunque lo sea— lo han reputado también de gafe, cargándole la culpa de estas incidencias. Injustamente, desde luego.
Conviene advertir que el gafe transmite su mal fario a los demás y en modo alguno a sí mismo. Difícilmente se podrá atribuir mala suerte a Sánchez, que lleva ya siete años al frente del Gobierno pese a que nunca se acercó, ni de lejos, a la mayoría absoluta.
Hay quien atribuye esa longevidad política a sus habilidades para la negociación y el regate en corto, pero tampoco es descabellado pensar que el presidente esté bendecido por los hados de la fortuna. Prueba adicional de ello es que la economía del país marcha sobre ruedas y lidera el crecimiento en Europa bajo su mandato.
No ocurría lo mismo con José Luis (R.) Zapatero, otro presidente español al que sus enemigos más ensañados colgaron el cartel de gafe. En su caso había señales que tal vez pudieran convalidar esa fama.
Cada vez que Zapatero apoyaba en público a algún candidato amigo en cualquier lugar del mundo, el beneficiado por su patrocinio perdía inevitablemente las elecciones. La francesa Segolène Royal, el alemán Gerard Schröder y el americano John Kerry fueron algunos de los damnificados por su ayuda. Ahora viaja mucho a la Venezuela de Maduro, que es gobernante intrépido y no teme a Trump ni a los cenizos.
Más allá de historias de gafes, contragafes y sotanillos, lo que en realidad está gafado es el país. Tantas desgracias acumuladas en los últimos años sugieren que alguien nos ha echado mal de ojo o que hemos sido oreados por el temible aire de difunto.
Vistos por el lado bueno, la racha de volcanes en ignición, incendios y apagones no dejan de ser un atractivo adicional para los turistas: particularmente los que gozan del turismo de aventura. No hay mal que no traiga algún bien.
Mejor será dejar a un lado la tabarra de los gafes y demás supersticiones. Más que nada porque ser supersticioso trae mala suerte, como todo el mundo sabe.
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