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Opinión

El romanticismo en la era de Tinder

El romanticismo, ese viejo dinosaurio que coqueteaba con los poemas y las cartas perfumadas, ha muerto. Su epitafio, grabado con emojis y perfiles de usuario, reza: «murió con Tinder». Se ha convertido en una especie en extinción, un vestigio de la vieja moral, donde el amor era un gran proyecto de vida y el compromiso una virtud, no una opción de la que huir. Somos testigos de la extinción masiva de esos «grandes proyectos de pareja», un fenómeno que hace nada nos parecía tan normal como la lluvia en Galicia. Las nuevas tecnologías, con su hedonismo de bajo riesgo y su promesa de gratificación inmediata, han ofrecido un banquete de opciones. Un «buffet libre emocional» del que ya nadie quiere levantarse para sentarse a la mesa de un único menú, ese que te obliga a cocinar, a fregar y a negociar el postre.

Para los últimos románticos, que no se manejan bien en la incertidumbre, la vida se ha vuelto una batalla constante. Se dan de bruces con un muro de falta de compromiso y cortoplacismo en cada swipe, en cada match, como si el amor fuera una partida de cartas donde todos quieren ganar sin apostar. ¿Y qué les queda? Les queda la lucha. La lucha contra la marea de la indiferencia y el miedo a la intimidad. No pueden evitar la tentación de un catálogo infinito, pero sí pueden resistirse a la idea de que ese es el único camino. El reto ya no es encontrar el amor, sino mantenerlo vivo en una era donde todo está diseñado para que muera y, al morir, te deje con ganas de un nuevo chute de dopamina.

Este es un desafío que requiere habilidad en el difícil arte del autocontrol y la gestión emocional. En este nuevo mundo de relaciones desechables, el verdadero romanticismo no está en encontrar a la persona perfecta, sino en ser la persona imperfecta que elige el compromiso. Es una cuestión de resistencia, de saber que la alternativa, aunque más ardua, no es mediocridad, sino autenticidad. Así que, a todos los románticos que aún quedan, el futuro les obliga a ser guerreros emocionales. No luchen contra Tinder, sino úsenlo con la inteligencia de quien sabe que una pantalla no puede darte el placer de construir un jardín, regarlo y verlo crecer. Aunque puedan ver miles de ellos, aparentemente perfectos, en la pantalla del teléfono.

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