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Opinión

Vigo

El tobogán biológico

Entre los 45 y los 55 años se producen los cambios más drásticos que determinan nuestro envejecimiento

Entre los 45 y los 55 años se producen los cambios más drásticos que determinan nuestro envejecimiento / Freepik

Hace unos meses leí en el periódico que, a partir de los 45 años, el envejecimiento se intensifica. Metabolismo, masa muscular, arrugas, hormonas… Todo cuesta abajo. Como podrán suponer, no le di mayor importancia. Craso error.

En el último mes he ido más veces al médico de cabecera y a Urgencias que en los diez años anteriores. Así que empiezo a pensar que igual sí estaba bien tirada la investigación del artículo. Y que, por supuesto, no soy Cristiano Ronaldo, que pese a haber soplado ya las 40 velas, tiene una edad biológica de 28,9 años. Tampoco tengo su patrimonio (más de mil millones de euros), pero eso ya es otra historia. A lo que iba: que, sin quererlo, no salgo del médico.

Lo reconozco, no lo vi venir. Creí que con una buena alimentación, evitando vicios (ya no me queda ninguno), haciendo deporte y cuidándome, podría alargar el bienestar de los treinta bien entrados los cuarenta. Pero se ve que no es tan sencillo.

Quien sí lo anticipó fue el algoritmo. Desde hace meses, cada vez que abro una página web me asaltan anuncios sobre la importancia de hacer ejercicios de fuerza para no perder masa muscular, los alimentos que no debes comer pasados los 45, consejos sobre longevidad, salud mental, física y espiritual. Vamos, que la IA de Google ya sabía —de algún modo— lo que venía. Me estaba avisando. Y yo, ni caso. (También podría adelantarme, ya que es tan lista, los números del Euromillón, para acercarme un poco al patrimonio de Cristiano… pero nada).

Literalmente, no salgo del médico. Entre mis achaques de mediana edad y que tengo dos hijos de 3 y 6 años que no paran de darme sustos, rara es la semana que no toca médico de cabecera, pediatra, PAC o, directamente, Urgencias.

Los profesionales

Y claro, con tanta visita, uno no puede evitar fijarse en los profesionales con los que interactúa. Auxiliares, enfermeros, médicos (uso el masculino genérico, pero casi todas son mujeres), toda una legión de sanitarios que se están dejando la piel por atendernos de la mejor manera posible, pese a las limitaciones —de personal, sobre todo; mucho ánimo a los radiólogos del Chuvi en su protesta— y por tratarnos como lo que somos: personas. No productos defectuosos de la madre naturaleza que hay que reparar… o descartar.

Como padre, la tranquilidad que da acudir un lunes de madrugada al Cunqueiro porque el niño se ha puesto malo, y ver que no escatiman en pruebas hasta dar con el mejor diagnóstico y tratamiento, no tiene precio. ¿Que el sistema podría funcionar mejor? Obvio, como todo. Los últimos datos sobre listas de espera en el Chuvi no son para echar cohetes, pese a ciertas mejoras. Más bien, todo lo contrario. Y ahí vuelvo a lo mismo: la falta de personal.

Puede que ya esté oficialmente en el tramo descendente del tobogán biológico —toco madera—, pero al menos no me deslizo solo. Lo hago acompañado por pediatras con vocación, médicos con paciencia infinita y enfermeras que tienen más empatía que muchas aplicaciones de meditación.

A ellos, gracias.

A mi cuerpo, ánimo.

Y al algoritmo… que siga mandando consejos de salud, pero sin pasarse, ¡eh! Que lo siguiente será un anuncio de residencias con vistas al mar.

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