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Opinión | Crónicas galantes

Palabras de exportación

Con las últimas movilizaciones ha vuelto a activarse el término «activista», que parecía haber perdido algo de uso. No es un sinónimo de Greta Thunberg, contra lo que pudieran pensar los más exagerados; aunque la joven sueca haya profesionalizado en cierta manera el oficio. Ahora ya no hay una sola Greta y bien puede hablarse de activistas en plural.

El activismo consiste en la defensa de las ideas —cualesquiera que sean— mediante la acción directa y la consiguiente publicidad para la causa. De su éxito dan fe los activistas de Greenpeace, que popularizaron esta técnica en su lucha contra las centrales nucleares o a favor de la preservación de los océanos.

Suyo es, por ejemplo, el mérito de que cesaran los vertidos de residuos nucleares en la fosa atlántica situada a 700 kilómetros de las costas de Galicia. Todavía hoy, cuarenta años después de la prohibición, siguen emergiendo algunos de los 220.000 bidones de basura radiactiva arrojados durante décadas al mar.

Curiosamente, la acción directa está muy vinculada a la defensa del medio ambiente. La propia Thunberg alcanzó fama cuando aún estaba en edad escolar al promover huelgas de estudiantes en denuncia del roto que le está haciendo a la atmósfera la mudanza del clima. Después amplió su radio de acción a otros empeños de tipo humanitario.

Tal es el caso de su presencia en la Global Sumud Flotilla que durante un mes navegó hasta Gaza para hacer más visible aún la catastrófica situación de los gazatíes, bombardeados a diario por el ejército de Israel. También en este caso se discute si estamos ante un genocidio, una masacre o una muy desproporcionada reacción a otra atrocidad, de lo que se deduce que las palabras importan.

Prueba de ello es el brillo que los activistas han dado a ese término, que recuperó estos días presencia masiva en los medios. Y no solo eso. Su actuación popularizó igualmente la palabra «flotilla», que, a pesar de figurar desde hace tiempo en los diccionarios de inglés, se ha usado ahora más que nunca en titulares de periódicos de todo el mundo.

Lo habitual es que la lengua inglesa colonice a la española, por lo que exportaciones léxicas como la de flotilla sean una rareza. Antes ya habían cuajado entre los anglos la guerrilla, las tapas, la siesta, la tortilla o la plaza, como corresponde a la imagen turística del país. Extraña que no hayamos exportado aún al mundo un vocablo de tan vasto y basto uso en España como el de gilipollas, que es insulto de gran sonoridad. Démosle tiempo al tiempo.

Habrá quien encuentre diferencias entre la profesionalidad de las acciones de Greenpeace, organización más dada a actuar que a hablar, y el exceso de palabrería, selfis e improvisación que sus críticos atribuyen a la flotilla. Es una cuestión discutible, como cualquier otra en la que entre en juego la política partidaria.

«Palabras, palabras, palabras», decía sarcásticamente Shakespeare por boca de Hamlet para subrayar su inutilidad. Igual era un activista adelantado a su tiempo.

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