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Opinión | Las cuentas de la vida

El mundo de ayer

Con el retorno de los populismos, el centro ideológico se ha desplazado hacia los extremos

Alberto Núñez Feijóo llegó a la presidencia del Partido Popular con un perfil que quería recordar al de Mariano Rajoy. Tras el fallido experimento de Pablo Casado, que había aupado al poder a las juventudes del partido, la apuesta de Feijóo consistió en recuperar el espacio de la centralidad política: ideología de bajo voltaje, experiencia en la gestión, regionalismo moderado frente a la hipercentralidad madrileña, tono serio frente a los experimentos polémicos de las alianzas sanchistas, etc. El proyecto reformista de Cs se despeñaba sin haber llegado a cuajar, dejando libre el caladero clásico de los populares: el voto urbano de las clases medias, que el PSOE había perdido en buena parte ya a finales del siglo pasado.

Era un giro que respondía, de algún modo, a la experiencia histórica de la democracia española: el PP subía cuando lograba desactivar el voto de izquierdas —el tradicionalmente mayoritario en nuestro país— o cuando la gravedad de una crisis económica hacía inevitable la alternancia. El moderantismo electoral del centro reformista —con guiños hacia la figura del presidente de la II República Manuel Azaña— ya había sido el eje del mensaje de Aznar, antes de que un agresivo atlantismo le hiciera creer que se había convertido en un líder global. Esta ha sido, insisto, la experiencia histórica de la democracia española.

Sin embargo, los tiempos cambian, así como las creencias o las emociones políticas. A lo largo de estos últimos diez o quince años, el PSOE ha entendido mejor los dos nuevos principios que operan en nuestra sociedad. El primero es que España sigue considerándose de izquierdas, aunque ya no sea mayoritariamente socialista. Es decir, que se podía olvidar de las mayorías absolutas; por lo que, si quería seguir gobernando, necesitaba apoyarse en un arco de alianzas mucho más amplio que el de antaño: de los herederos del comunismo a los partidos nacionalistas de derechas y de izquierdas.

El segundo es la pérdida de tracción del centro ideológico. La vieja regla de que las elecciones se ganan en el centro funcionó en los noventa, pero quizás ya no en la era de los populismos. Hoy el nuevo centro se conquista desplazando el marco haca los extremos. Saber leer la realidad antes que los demás permite competir con ventaja. El jugar sin reglas —de lo que se acusa tan a menudo a Pedro Sánchez— no es nada más que eso. Lo antiguo ya no funciona.

Descolocados, en Génova no saben cómo reaccionar a la estrategia del gobierno ni a los continuos embates de Vox, que navega con los vientos a favor del momento político. La última encuesta que hemos conocido, firmada por Iván Redondo, sitúa al PSOE en primer lugar y a Vox dinamitando el suelo electoral de Feijóo. Otros sondeos discrepan en el orden, pero coinciden en el estrechamiento del espacio de la moderación clásica.

Cabe pensar que las próximas autonómicas y municipales no resultarán tan favorables para los populares como las precedentes, por lo que forzosamente deberán seguir virando hacia la derecha si quieren mantener el poder en algunos de sus feudos. Curiosamente, Díaz Ayuso —con todos sus tics— es la que parece haber entendido mejor el tipo de batalla que se está librando por la hegemonía del discurso ideológico. El mundo de ayer es solo eso: el mundo de ayer. Y quizá siempre lo ha sido.

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