Opinión
Gaza desquicia al mundo
Difícil recordar un periodo histórico en el que el mundo, país por país, se mostrara tan desquiciado como el momento que vivimos. Es tal la brutalidad de lo que sucede que los carteles en algunas manifestaciones, de la foto de Netanhayu luciendo boom añadido el bigote de Hitler, establece un paralelismo deplorable entre la «solución final» para los judíos y el incierto «destino final» de los palestinos a manos de los judíos. No eran todos los alemanes, ni son todos los judíos, por fortuna. Entre aquellas víctimas del nazismo no se habían enredado tentáculos terroristas, como ahora Hamás, para desgracia de los propios palestinos; solo la depravación ideológica condujo a aquella catástrofe moral.
Claro que hay otras diferencias entre los dos episodios lamentables. Destaquemos uno determinante: la cacería para el exterminio de judíos por el nazismo en Europa no se televisaba —no existía transmisión de la imagen y menos aún redes sociales— sino que solo se narraba al oído. Carta blanca para el asesinato. Todo lo que después hemos visto han sido, o bien reconstrucciones cinematográficas, la mayoría fieles con testimonio de los supervivientes, o bien documentales grabados por el propio régimen nazi que se pudieron incautar al final de la Segunda Guerra Mundial.
Mientras se atisba una salida —liberación de rehenes que Hamás acepta por fin y Plan de paz de Trump con matices— Europa sale a la calle en solidaridad con Gaza de fondo y con la flotilla en primer plano. Movilizaciones en España y Francia, huelga general en Italia, explosiones de malestar popular en Reino Unido, posicionamiento de cada vez más gobiernos que marcan el mínimo crédito histórico del estado de Israel, con silencio acomplejado alemán… El daño de imagen causado a su país por Netanyahu es incalculable y quizás irrecuperable. La herida palestina en víctimas, en salud de los supervivientes y en nula perspectiva de una vida normal, difícilmente cicatrizable.
Y sobre ese panorama desolador, por si fuera poco, actúan los provocadores. Vladimir Putin, el principal. Envía aviones y drones a desafiar a los países europeos fronterizos —incluso hasta en Múnich, donde hubo que cerrar el aeropuerto unas horas— y hace declaraciones amenazantes si se derriba alguno de sus artefactos. Difícil calificación psiquiátrica la deriva del personaje.
Entretanto en cada país, las fuerzas políticas se van alineando en el tablero: la extrema derecha con Trump, otros con Israel —Aznar, Abascal, Ayuso— en versiones distintas a cual más insólita. En el Parlamento de Madrid, su presidenta mofándose de la flotilla solidaria —«esa asamblea de facultad flotante»— sorprende, salvo que se trate de desviar la atención de otros asuntos de gestión, o judiciales, según diseño táctico de su omnipotente director de Gabinete Miguel Ángel Rodríguez, un maestro de la comunicación política.
En el desquicie general y la inquietud por las encuestas, otros se meten en jardines innecesarios, como el alcalde de Madrid, Almeyda, a propósito de modificaciones en la ley de aborto. Total para retirar lo dicho dos días después y esconder lo aprobado en un cajón.
Entre esas actuaciones y declaraciones desafortunadas, llega la noticia de que el presidente de la Junta de Andalucía , Moreno Bonilla, publica un libro sugestivo: «Manual de convivencia. La vía andaluza». Reconfortante. Teníamos el «Manual de resistencia», de Pedro Sánchez, que lo aplica a rajatabla; sufrimos la escalada de la polarización y de la degradación verbal y ahora aparece la convivencia como reclamo. Lo celebrará la ciudadanía. Acaso menos, compañeros de su partido, partidarios de la confrontación.
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