Opinión | El correo americano
Lo que pasaba (y sigue pasando) en Kansas
Finalmente, la ley fiscal promovida por Trump ha sido aprobada por la Cámara de Representantes. No sin un final estrepitoso de negociaciones de última hora, declaraciones dramáticas y unos cambios de opinión difícilmente justificables, así como amenazas y concesiones a los republicanos que, en un principio, se negaban a apoyar el texto legislativo. Todo esto para cumplir con una fecha límite artificial y puramente simbólica, el día de la independencia de Estados Unidos, y que el presidente se agenciara así una victoria en el momento de las celebraciones patrióticas, confundiéndose, como ya es habitual en esta Administración, lo nacional con lo personal, los intereses del país con los intereses del magnate, los festivos de la nación con los caprichos del hombre.
La “grande y hermosa ley”, como la llaman sin ironía sus partidarios, resulta problemática porque, con el objetivo de reducir los impuestos a las clases altas, se producen recortes en programas públicos de asistencia sanitaria como Medicaid, del cual se benefician las personas con discapacidad y con los ingresos más bajos, viéndose afectada también la viabilidad de los hospitales rurales, y daña significativamente otro programa de asistencia alimentaria. Es decir, los perjudicados serán los sectores de la población más vulnerables, entre ellos los niños, y un buen número de personas que viven en la llamada América profunda. De ahí la reticencia que parecían mostrar algunos republicanos al comienzo, aunque luego permanecieron leales al presidente a pesar de todo (solo dos republicanos rompieron la disciplina de partido), tras ser agasajados con privilegios y excepciones para sus respectivos estados. Lisa Murkowski, una senadora de Alaska, incluso reconoció, después de pasar del voto negativo al afirmativo (en el Senado, el vicepresidente JD Vance se vio obligado a resolver el empate), que otros territorios acabarían sufriendo mucho más que el suyo.
Volvemos de nuevo al clásico debate de la política estadounidense, la pregunta que muchos politólogos se llevan haciendo desde Nixon. ¿Por qué la gente vota en contra de sus propios intereses? Thomas Frank intentó hallar una respuesta en su célebre libro What’s the Matter with Kansas, publicado ya hace más de dos décadas, enfocándose en el lugar donde se crio: los republicanos estaban priorizando las llamadas guerras culturales (aborto, religión, patriotismo) frente a su proyecto económico, el cual claramente chocaba (y choca) con las necesidades inmediatas de sus bases. Esto ya es un lugar común en todo el territorio estadounidense, no sólo en Kansas. El trumpismo simplemente ha llevado esta eficaz y maliciosa estrategia a niveles grotescos.
Se comenta que, una vez se comprueben lo devastadoras que son estas políticas, los votantes conservadores, decepcionados con su líder, manifestarán su disconformidad en las próximas elecciones al Congreso. Incluso se comenta también que los que impulsaron esta ley, haciendo gala de un cinismo descarado, ya habían calculado cuándo los ciudadanos padecerían sus perniciosos efectos (después de los midterms), evitando así posibles inconveniencias electorales. Pero la realidad es todavía más triste. Aunque, por culpa de la ley, los votantes de Trump tuvieran que lidiar con todos esos problemas de acceso a los subsidios sociales antes de los comicios, muchos seguirían apoyando a este presidente. Culparían a cualquier otra cosa (los demócratas, Biden, Obama, el socialismo, lo woke, los inmigrantes, Soros, etc.) antes que reconocer que han caído en la trampa. Estas son también las consecuencias de ciertas políticas de identidad impulsadas por la derecha nacionalista; votan desde la emoción y la lealtad tribal, no desde el conocimiento y la lógica.
Y no se trata de manipulación, porque incluso para lavar el cerebro de los individuos hay que trabajar y persuadir, sino de tomar a los suyos por fanáticos serviles y desinformados, dando por sentado que siempre estarán ahí, hagan lo que hagan y digan lo que digan. La persona que, como consecuencia de esta legislación, no pueda acceder a la asistencia sanitaria ya se las arreglará para encontrar un enemigo. Y ya habrá unos cuantos periodistas, influencers y políticos trabajando día a día para redirigir convenientemente su ira, recurriendo a la bandera y a no se qué valores, haciéndoles pensar que sí, que aquí lo primordial es conservar el sueño americano que las hordas extrajeras pretenden destruir, mientras ellos, los pobres patriotas (o los patriotas pobres) no pueden recibir el tratamiento que requiere su enfermedad sin arruinarse.
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