Opinión

Llegan los becarios

Redacción de Faro de Vigo.

Redacción de Faro de Vigo. / Ricardo Grobas

Recuerdo mis primeras prácticas en esta casa. La ilusión, la alegría, pero también el miedo a no cumplir las expectativas, a zambullirme sin flotador en el mar laboral. Sobre todo, recuerdo la charla ¿motivacional? de bienvenida de quien ahora, años después, dirige este transatlántico de la comunicación que es FARO DE VIGO: «Olvida todo lo que te han enseñado en la Facultad. No sabes nada. Ahora vas a aprender lo que es periodismo de verdad». Seguro que enarqué una ceja por el tono un tanto macarra… pero tenía razón. No sabía nada.

Es increíble cómo la memoria atesora ciertas experiencias para revivirlas, como suele decirse, como si hubieran ocurrido ayer.

Ahora me toca a mí recibir a los becarios. Lo cierto es que improviso el discurso del primer día —supongo que con la esperanza de no traumatizar al personal y que se acuerden de mí, para bien o para mal, dentro de 20 años—, pero sí que sigo un guion cuando toca despedirse: «Espero que hayáis aprendido, disfrutado, y siento no haber podido dedicaros más tiempo. Tenéis mi contacto para lo que queráis».

Mentiría si dijera que nunca se ha escapado una lagrimilla cuando se van. A ellos y a mí. A la redacción en general. Porque, desde el primer minuto, dejan de ser becarios para convertirse en compañeros, en un soplo de aire fresco que, al final, te enseña tanto o más que tú a ellos. Nos permite una conexión directa con una nueva generación que nada tiene que ver con las anteriores, por suerte.

«Quiero que os veáis reflejados en las páginas de FARO». Es una de las cosas que les digo esos primeros días, y ellos lo agradecen. En el fondo, son el futuro de una profesión permanentemente en crisis, y que está cambiando a pasos acelerados, incluso antes de la irrupción de la IA en nuestras vidas. Así que sus gustos, opiniones, inquietudes y aspiraciones son de especial interés. Una especie de antídoto antirrutina, un bálsamo disruptor que nos beneficia a todos: a ellos, al periódico y, sobre todo, a ustedes, los lectores.

Así que bienvenidos, compañeros. Porque de eso va también este oficio: de escuchar, de compartir, de dejarse contagiar por otras miradas, sobre todo si son más jóvenes. De no dar nunca por sentadas las lecciones, ni siquiera las propias. Que cada verano nos recuerde que seguimos aprendiendo, que estamos vivos. Y que, por suerte, siempre habrá alguien nuevo dispuesto a hacer preguntas incómodas, a escribir con hambre y frescura, a recordarnos por qué un día elegimos contar historias.

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