Opinión
La lección de Coia

Las fiestas de Coia del pasado verano. / Jose Lores
Con voluntad se consigue todo, o casi todo, en esta vida. Sin ella, nada o casi nada. Lo sucedido estos días con las fiestas de Coia, cuya celebración ha estado en el alambre hasta el último minuto, es un buen ejemplo. Pasamos del «es imposible, no habrá fiestas», «el plan de autoprotección no garantiza la seguridad», y del lamento de hosteleros, comerciantes y vecinos por unos festejos centenarios que resistieron incluso al franquismo, a la alegría —contenida— de: sí, habrá fiesta. Aunque sin grandes atracciones ni tirada de fuegos. ¿Y música? Ya se verá. A ver si aún se pueden recuperar las grandes orquestas. Seguro que sí.
Hace un mes, ya advertí en esta misma tribuna que se avecinaba un verano sin coches de choque ni saltamontes en Vigo. Con la normativa en la mano, muy pocas atracciones —por no decir casi ninguna— cumplen los estándares mínimos de seguridad. Pero lo que no imaginaba es que, directamente, la falta de feriantes (la principal fuente de ingresos de las comisiones de fiestas), la exigente ley autonómica 9/2013, el decreto 226/2022 y, quizá, un exceso de celo por parte de los técnicos municipales —entendible tras el trágico accidente del saltamontes en Matamá—, pudieran dejar a Vigo sin sus fiestas populares.
Hasta ahora, se han mantenido, aunque descafeinadas, las de Coruxo y O Calvario. En Coia, casi rozamos la tragedia festiva. Y ahora, a ver qué pasa con el resto, empezando por Bouzas. En esta situación, y volviendo al inicio del artículo, lo que debe haber es voluntad por ambas partes. No digo que se pase por alto la seguridad —eso nunca—, pero desde el Concello deben acompañar a las comisiones en la corrección de errores técnicos, como finalmente ocurrió en Coia. Que el Ayuntamiento además asuma la pérdida de ingresos por la falta de atracciones, le honra. Por su parte, las comisiones no pueden dejar estos trámites para el último día. Con esto no se puede procrastinar. Con voluntad, se evitan dramas y se respetan las tradiciones.
En el caso de Coia, me alegra que, aunque fuese sobre la bocina, se llegara a un acuerdo. ¿Se podría haber evitado todo este jaleo? Por supuesto. Si las reuniones del viernes se hubiesen producido 15 días antes, nos ahorrábamos el susto. Tengo muy buenos recuerdos de niño de estas fiestas. Me parecían de otro planeta comparadas con las del pueblo: espectaculares, y además eran la excusa perfecta para pasar unos días con mis primos, que vivían al lado del Alcampo.
Ojalá lo de Coia sirva de lección. Que se entienda, de una vez, que las fiestas no se organizan solas, pero tampoco pueden entorpecerse desde los despachos. Si hay voluntad, como la hubo al final, las cosas salen. No serán las mejores fiestas del mundo este año, vale. Pero siguen vivas. Y perderlas sería más que quedarse sin verbena: sería romper con una parte de la memoria colectiva del barrio, con las noches de luces, música, baile y risas que nos han unido durante generaciones. Y eso, sinceramente, no se puede permitir.
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