Opinión

Pan, percebes y pazo

«Dios, dinero y disparos», en una adaptación libre, son los pilares del movimiento MAGA, lo del Make America Great Again. Estas tres «Des» (en inglés: God, Gold and Guns) son la base del pensamiento conservador estadounidense.

Es curioso cómo puedes desestabilizar y arruinar inmensas bolsas de población. Primero cierras explotaciones siderúrgicas (acero), después vas reubicando la producción fabril (automóviles, maquinaria pesada…) en otros lugares, hasta que dejas las ciudades repletas de trabajadores con escasa cualificación y nulas opciones de emplearse. Pasados unos años, cuando ese batiburrillo de frustración social ya es un polvorín, es fácil convencerlos de que aquello fue una fatal casualidad (cuando menos, culpa ajena), que tienes la solución y en dos patadas se arreglará.

Es cierto también, que en la era digital, poco importan los hechos, importa «la publi», el marketing. Convencerte. Desde la victoria republicana, miles de Jonnys y Roses se levantan del mismo catre, vistiendo la misma ropa y alimentando el idéntico vacío de antaño, pero con una gran diferencia. En la tele, en el móvil, en ese scroll infinito, anuncian que la situación está cambiando: al fin —con la ayuda de Dios— ganarán mucho dinero, o cuando menos podrán liarse a tiros. Eso es lo importante, aunque mañana vivan otro día igual.

El famoso «Cinturón del óxido» (Rust Belt) norteamericano, una especie de Ferrolterra ochentera (y noventera): desempleo disparado, degradación social y falta de inversión pública. Es el resultado de una muerte anunciada. Las empresas, no los currantes, escaparon del ecosistema ideal (materia prima, mano de obra, cadenas de producción bien engrasadas) para establecerse al sur reduciendo costes laborales y por la baja fiscalidad.

Nadie dijo nada. Al principio cerró una acería, a continuación una auxiliar, llegaron los despidos y nunca se pensó en formar a esos trabajadores porque todavía quedaban muchas compañías. «Tú busca, chaval; que encontrarás», se repetía el mantra. Pero, ¿inesperadamente?, las fábricas siguieron cerrando.

La música de Bruce Springsteen tampoco lo arregló. A finales del siglo XX fue la tormenta perfecta, cuando —con la globalización, con la crisis del petroleo y el tropiezo capitalista del crecimiento infinito y sin fin— la deslocalización cruzó fronteras, el libre comercio inundó de coches asiáticos el mercado yanki y todo se fue al traste.

Ni se me ocurre pensar que Stellantis quiera desmantelar Balaídos, aunque esté construyendo motores en Ariana y componentes electrónicos en Sousse (Túnez), vehículos en Kenitra I y microvehículos en Kenitra II (Marruecos), chasis en Chlef y una planta piloto de baterías en Orán (Argelia). Esto solo desde 2011. Unos 5.500 trabajadores entre las seis instalaciones. Pero… viendo las barbas oxidadas pelar, aquí necesitaremos a alguien prometiendo imposibles. Un comienzo: pan de Cea, percebes y un pazo (también sirve chalé en primera linea de playa).

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