Opinión | Contextos de Arte

Ana Diéguez-Rodríguez | Directora del Instituto Moll

Madrid

No me mires, no me mires...

Una imagen de la Esperanza Macarena de Sevilla.

Una imagen de la Esperanza Macarena de Sevilla. / EFE

Es lo que debía decir la Macarena estos días con todo el revuelo que se ha generado con su nueva imagen rememorando la célebre canción de Mecano. Mas allá de la importancia que cualquier intervención en el patrimonio histórico artístico debe estar supervisada y controlada por los organismos competentes y seguir unos protocolos comunes, la problemática con piezas donde la devoción popular o su significado histórico supera su propia materialidad, es que está directamente vinculada con los sentimientos que despierta en el fiel o en el espectador. Es en palabras de Javier Solana, refrescando las palabras del entonces presidente del gobierno con motivo de los cuarenta años de la restauración de Las Meninas: "un gobierno puede caer por varias razones, pero si la restauración de Las Meninas sale mal, nos mandan a casa" [1]. Buena cuenta de esto último se vivió en Sevilla por parte de la hermandad de la Macarena, cuyo rechazo por la intervención de su Virgen, ha costado el puesto a los hermanos mayores, además de un rechazo unánime por parte de la sociedad que no ha tolerado la más mínima alteración de su objeto de veneración.

Hay obras que por su trascendencia pasan a ser símbolos, iconos de una sociedad, una época o una devoción, que no pueden alterarse de forma aleatoria. Esta problemática, por ejemplo, la tiene la Gioconda del Louvre. Una obra que nadie se atreve a restaurar por varios motivos. El primero y principal es el que se acaba de exponer. Levantar todo el barniz oxidado que le da ese tono amarillo uniforme al retrato y a su paisaje va a revelar otra visión de la imagen que, quizá, la sociedad no está preparada para asumir. El segundo, es que la imagen ha trascendido su condición para ser un referente para otros artistas y obras, por lo que un cambio en su percepción va a llevar a otra cosa, no a lo que había. Esto se ve de forma muy evidente ante el famoso ready-made de Duchamp sobre una postal de la Gioconda con bigote y el juego de palabras L.H.O.O.Q. que le da título. Está jugando con el icono, y el resultado de alterarlo genera otra obra fruto de su tiempo. Por último, no se puede desligar el icono de la mercadotecnia elaborada en torno a esa imagen. Esto es fundamental en las piezas de devoción. La reproducción que un devoto tiene en casa tiene que ser exactamente igual que la imagen principal venerada en la iglesia que la alberga. Si esto no se cumple, el facsímil es inservible.

Esta intervención en la imagen de la Macarena ha puesto en evidencia dos cosas que los que nos dedicamos a la historia del arte del Renacimiento y el Barroco ya hemos advertido hace tiempo, en especial, dentro del ámbito andaluz en su forma de entender el cuidado de las imágenes de devoción. Por un lado, la dualidad entre la necesidad de unos estudios histórico-artísticos rigurosos realizados por profesionales en piezas de alto significado religioso para la población y, por otro, el férreo control de las hermandades y cofradías de las piezas que custodian, haciendo que la primera tarea sea, en ocasiones, casi imposible. Esto hace que, en vez de contar con las opiniones fundadas y meditadas de los profesionales de la historia del arte a la hora de intervenir en su patrimonio, se confíe ese trabajo a personas conocidas o que sólo tratan las obras en su materialidad, sin conocer en profundidad todo el contexto en el que se ha creado, desde el taller del artista, al policromador, sus intervenciones posteriores, etc., aspectos que facilitan las decisiones a tomar al ser sólidamente justificadas y ayudarían a aquietar los ánimos y hacer entender a la población que eso que se ha hecho tiene un motivo y que no tiene nada que ver con los gustos de una u otra persona.

Las campañas de apoyo a la restauración en iglesias de los diferentes organismos oficiales, así como las de inventario y catalogación de su patrimonio, no pueden estar lideradas por los hermanos mayores o personas de buena voluntad. Deben tener a un historiador especializado que coordine y sepa exactamente las necesidades, si esto no se hace así, los recursos públicos no se estarán empleando de una manera eficaz y, al final, lo barato sale caro, pues se es más propenso a caer en chapuzas que terminan por tararear la melodía de Mecano.

 [1] Fuente: El brillo de Las Meninas, Museo del Prado. En red: https://www.museodelprado.es/recurso/el-brillo-de-las-meninas-40-aos-de-su-restauracion/35ece577-aa9c-6275-44ec-2cf3cd59e4b7

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