Opinión | Crónicas galantes

Extravagancias razonables de Galicia

Un gallego tiene siempre respuesta para todo, por inverosímil que esta parezca

Gastan los británicos una fundada fama de excéntricos; pero eso es porque a los gallegos se les conoce menos. Aparte del común uso de la ironía, coinciden unos y otros en su gusto por la extravagancia más o menos razonable.

Cierto es que los gallegos no circulan por la izquierda ni juegan a deportes tan misteriosos como el cricket, rarezas de patente estrictamente inglesa. No obstante, algunos de los lances ocurridos en Galicia durante los últimos años confirman su inesperado parentesco con los vecinos de las islas.

Años atrás, para ir por orden, la Policía detuvo en Vigo a un joven que reconocía haber pinchado las ruedas de más de setenta coches. «Es que hay poco aire en el mundo y los neumáticos tienen mucho», explicó a los desconcertados agentes del orden. No le faltaba lógica a su argumento, pero aun así la juez del caso ordenó que se le sometiese a un examen psiquiátrico. Aunque el filósofo del aire no era gallego de nacimiento, llevaba años viviendo aquí y se conoce que algo del carácter autóctono se le había pegado.

Un gallego tiene siempre respuesta para todo, por inverosímil que esta parezca. Tal fue el caso de una ciudadana de la provincia de A Coruña que condujo durante más de medio siglo sin el preceptivo carné que la habilitase para hacerlo. Pillada tras un leve incidente, la conductora apeló a su experiencia al volante. «Después de 53 años conduciendo sin carné, ya podrían regalármelo», objetó. Sin éxito, al parecer.

A la experiencia acudió también para justificarse un vecino de A Coruña que a sus 65 años acumulaba más de 120 antecedentes policiales. Cuando la policía se lo reprochó en uno de sus arrestos, explicó, muy en razón, que llevaba toda la vida haciendo lo mismo y «a mi edad ya no voy a cambiar».

Otra señora, viguesa en este caso, ejemplificó a la perfección el amor a la propiedad que, según es fama, caracteriza a los galaicos. Harta de que el sol circulase por ahí a su aire, decidió escriturarlo a su nombre ante notario con la idea de venderlo por parcelas.

Lógicamente, otro gallego de Oleiros impugnó a su vez ante la Guardia Civil esa apropiación del astro rey que consideraba indebida. El demandante alegó que él había registrado antes la propiedad del Universo, lo que obviamente incluía a todo el sistema solar. Ignora uno en qué acabó aquel pleito que bien podría inscribirse en la vieja costumbre gallega de litigar por los lindes de las fincas.

Ya en el orden automovilístico, está aún reciente el caso de una carrera clandestina que la policía interrumpió meses atrás en O Porriño. Nada de particular, salvo por el hecho de que participase en ella un coche fúnebre.

Más conocido es el caso de una gaviota -obviamente gallega- que no hace mucho se paseó por las terrazas de Vigo con un cuchillo en el pico, al modo de los piratas que tal vez la inspirasen. No hubo daños personales, afortunadamente.

Algunas de estas curiosidades las ha agavillado un programa de radio, cuyo asombrado locutor encareció a los gallegos que, por favor, no cambiasen nunca. Sobraba el consejo. A estas alturas no vamos a cambiar, hombre.

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