Opinión
¿Puro teatro? Que se lo digan a quienes lloran hoy a sus muertos
Al final parece que fue todo teatro, pura demostración de fuerza, o al menos eso se nos quiere hacer creer. Estados Unidos se pasó una vez más por el arco del triunfo el derecho internacional y bombardeó sin aviso previo tres instalaciones nucleares iraníes. Y pese a lo que el césar Trump calificó de «éxito extraordinario», los espectaculares bombazos de su aviación militar fueron sólo intimidatorio espectáculo: las instalaciones subterráneas atacadas estaban vacías. Los iraníes se habían llevado a otra parte el uranio enriquecido.
Teherán no podía, sin embargo, no contestar y optó por atacar una importante base militar de EEUU en Qatar, no sin antes avisar al Gobierno de Doha para que pudiesen interceptarse a tiempo los misiles, algo que reconoció y agradeció poco después el propio Trump. «Lo importante es que (Israel e Irán) se hayan desahogado», dijo el presidente, «y con suerte, no habrá más odio. Quiero agradecer a Irán que nos haya avisado con antelación».
Y agregó: «Quizás Irán pueda ahora avanzar hacia la paz y la armonía en la región. Animaré con entusiasmo a Israel a hacer lo propio». ¿Puro espectáculo entonces? ¿Meros fuegos de artificio? Que se lo digan a quienes hoy lloran a los centenares de muertos y heridos en esa guerra iniciada por los sionistas con su ataque a Irán. Pero ¿qué importan las vidas de otros, aunque sean los suyos, a los señores de la guerra?
Y pese al optimismo del voluble Trump, que habló de un futuro armónico en Oriente Próximo solo un día después de que insinuase la posibilidad de un «cambio de régimen» en Irán, nadie puede dar el conflicto por terminado.
El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, el político que está detrás de todas las guerras emprendidas en la región por EEUU bajo presidencias tanto republicanas como demócratas, no puede darse por satisfecho. Con una obsesión digna del monomaníaco capitán Ahab en su persecución de la ballena blanca, Netanyahu solo tiene ahora una cosa en mente: la destrucción de Irán o, al menos, la caída de su régimen.
Con ayuda de los neocons que rodean al presidente de EE UU, tratará de aprovechar el descontento con el gobierno de los ayatolas sobre todo entre las generaciones más jóvenes de iraníes así como la diversidad étnica del país.
Solo dos tercios de la población se sienten iraníes en el sentido más estricto de la palabra; un sexto, que vive sobre todo en el extremo noroeste del país, se define como azeríes, pueblo de origen turco. Y hay también minorías kurdas, árabes (en el suroeste) y baluchis (sureste), que aspiran a la independencia.
Los ataques militares de Irán y Estados Unidos han provocado general repulsa entre la población iraní, pero no está claro que la unidad frente al agresor que ahora se aprecia vaya a durar siempre. Y tanto los sionistas, expertos en infiltraciones, como los estadounidenses, maestros en «revoluciones de colores», intentarán en cuanto puedan aprovecharlo. Sin olvidar el papel del MI6 británico.
La suerte para el actual gobierno de Teherán es que no hay tampoco un líder que represente una alternativa: el hijo del odiado y depuesto Sha, Reza Pahlavi, lleva casi medio siglo en el exilio, y pocos querrían en cualquier caso el regreso de esa odiada monarquía.
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