Opinión
Personas a las que no te puedes resistir
Me gustan las personas que te visitan en el hospital y se sacan rápidamente el abrigo cuando entran. Lo guardan doblado en cualquier rincón y sólo con ver ese gesto sabes que se van a quedar. Me gustan también las que se sientan a tu lado, ni en la silla de las visitas ni en la cama de enfrente, sino en la tuya, bien arrimadas, porque tu enfermedad no les hace tener miedo de ti.
Cuando llevas ingresada un tiempo llegas a dudar de si una vez estuviste en otra parte. En una terraza tomando un café, comprando el periódico o en la playa tiritando de frío bajo un sol templado, ¿realmente eras tú? Te parece imposible otro escenario distinto a esas cuatro paredes vacías, a esa luz parpadeante, a ese televisor con tarjeta de crédito, a esas horas en las que no te visita nadie.
Esa habitación sirve siempre como detector de mentiras. A simple vista sabes quién viene para hacer un check en su lista de compromisos y quién ha dejado la tortilla a medias, ha metido en una bolsa las cosas que piensa que te vendrán bien y ha salido corriendo con el convencimiento de que sea la hora que sea, llega tarde. Personas fáciles de querer. Porque si alguien pasa contigo una noche de hospital, con todas sus horas congeladas, con ese calor y ese olor, sentado en ese potro de tortura, es sólo porque está allí por ti.
Tengo dos amigas que se convirtieron en amigas premium (sólo) por esos días enteros de invierno pegadas a mi cama. Por pedirme un Glovo del McDonald’s o del Starbucks para burlar el pollo insípido y el descafeinado del hospital. Por comprarme incluso una cajetilla de tabaco y ver si a partir de las doce de la madrugada conseguía sortear la normativa y descolgar la cabeza por la ventana del patio de luces y sanarme con dos caladas. Me curaban las risas, claro, verlas tan divertidas e implicadas como si ese fuera su mejor plan. En algunos momentos me hacían dudar sobre cuál de nosotras estaba allí como acompañante y quién llevaba la pulsera de pensión completa.
Recuerdo la misma pregunta de la enfermera cada mañana: ¿Tienes alguien que te duche o te ayudo yo? - Tengo, tengo, voy sobrada de tener, y menudas risas en aquel baño. Recuerdo que sacaban de sus bolsos juegos, pintauñas, palillos chinos. Cosas inútiles y desesperadas para conseguir hacer poesía del tiempo muerto. Las miraba y pensaba: “Si dependiera de vosotras, si yo estuviera en vuestras manos, estaría tan tranquila…
Dicen los personajes de “Los amantes del círculo polar” en una escena: “Toda caduca con el tiempo. El amor también. La gasolina del coche, por ejemplo: si olvidas que se va a acabar te dejará tirado en medio del campo. [..] - Yo te voy a querer siempre, y si se acaba la gasolina me muero”.
A mis amigas nunca se les acaba nada, porque en cualquier camino de mierda encuentran una gasolinera abierta.
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