Opinión
Algo en común
Ya nadie conserva las entradas de cine porque la tinta actual se borra. Nadie imagina formas de animales mirando las nubes. Ya nadie juega a contar los coches amarillos que pasan por la carretera ni a adivinar de qué hablan las parejas del parque. Ya nadie te dice qué soñó anoche, quizá porque las pastillas para dormir te duermen bien pero te impiden soñar; ya nadie nombra a Azorín ni sabe recitar de memoria la Canción del pirata.
Cuando estudiaba segundo de carrera conocí a mi marido. Me gustó porque la primera vez que me vio se sacó de golpe las gafas creyendo que así estaría más guapo, y me pareció tierno. Fuimos muchísimas veces al cine durante aquellos años, siempre a películas muy sesudas, muy subtituladas. Empecé por entonces a escribir en un cuaderno todas las frases que esas tardes de cine llamaban mi atención. Supongo que ya nadie hace eso, tampoco. En la primera hoja anoté una pequeña declaración de intenciones: «Comienzo este diario de cine en la cafetería Bolengo, en Santiago de Compostela, el 26 de junio de 1993. En un día lluvioso, sentada al lado de la persona que más quiero. Espero no olvidarlo». Sí, ya era intensa de aquellas.
Por si alguien quiere jugar conmigo a adivinar películas o series, estas son algunas de mis frases guardadas, las que apunté en aquella libreta donde ya nunca escribo: «Lo bonito, dicen, es regalar, pero cuando deja de serlo, cuando el regalo empieza a pesarte, debes parar. Pero si eres como la gente que conozco, regalas hasta que duele y luego, regalas más». «Te quiero, te quiero tanto que no sé si habrás notado que últimamente en el mundo no queda amor para nadie más». «Un beso, si me oyes, mándame tú otro». «¿Por qué los chicos hablan tanto cuando no tienen nada que decir, y las chicas tienen tanto que decir y nadie las escucha?» «¿Cómo es vivir con una mujer? Es como una subasta, nunca sabes si la tuya será la mejor oferta.” «Nadie podía sentir envidia de sus triunfos porque daba la sensación de que su reacción habría sido la misma aunque hubiese fracasado». «¿Sabes ese momento en el que te das cuenta de que la casa en la que has crecido ya no es tu hogar? De repente, aunque tengas un sitio donde poder poner tus cosas, la idea de hogar desaparece. –Yo aún me siento a gusto en mi casa. –Un día cuando te vayas, te pasará y no habrá vuelta atrás. Ya no lo recuperarás jamás. Es como sentir nostalgia de un sitio que ya no existe. Tal vez sea ley de vida, ¿no crees? Y no volverás a sentir lo mismo hasta que crees tu propio hogar para ti y para tus hijos, para la familia que formes. Es como un ciclo. No sé, yo lo echo de menos, ¿entiendes? A lo mejor eso es una familia. Unas personas que echan de menos el mismo lugar imaginario».
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