Opinión

Togas a la intemperie

«Parece que se impone entre los jueces la moda de airearse a las puertas de las sedes judiciales para protestar»

Vivimos tiempos enormemente convulsos; entre la ponzoñosa acidez de la vida política y la trémula agitación de la crónica judicial, esto es un sinvivir. En relación con la segunda, parece que se impone entre los jueces la moda de airearse a las puertas de las sedes judiciales para protestar contra proyectos de ley que enojan y encocoran al sector más conservador de la judicatura. Para aquellos ciudadanos que tengan la imagen del juez encumbrado en su tribuna, resultará chocante verle pie en tierra y a ras de suelo en actitud de protesta y rechazo de leyes que se avecinan.

Primero fue aquella llamativa concentración de jueces ante los edificios judiciales para mostrar su indignación por el proyecto de la ley de amnistía, cuando aún estaba pendiente de ser debatido en el Congreso; tal gesto valía tanto como una suerte de injerencia en la actividad del poder legislativo. Tan improcedente fue aquella actitud como lo sería una concentración de parlamentarios ante los leones del Congreso para protestar contra una sentencia aún no dictada, cuyo contenido–como vergonzosamente ocurre- hubiera sido anticipadamente conocido por la filtración del proyecto de ponencia; a buen seguro que, de haber ocurrido, el estamento judicial habría exigido respeto a la separación de poderes.

Las recientes concentraciones de jueces han tenido por objeto la protesta contra otro proyecto de ley que directamente afecta a las carreras judicial y fiscal, texto prelegislativo cuyo encabezamiento anuncia ser su objetivo «la ampliación y fortalecimiento de las carreras judicial y fiscal». Y lo que se pide es, no la retirada de algunos aspectos de la ley proyectada - ciertamente discutibles y necesitados de debate-, sino de toda la ley, a pesar de que hay en ella aspectos que suponen avances importantes.

Pero de estos posados colectivos de los jueces, lo que tal vez resulta más novedoso y llamativo es ver que lo hacen vistiendo esa prenda cuasisacerdotal que diferencia y empodera: la toga. Inevitablemente, la imagen me trajo a la memoria a aquel juez del que oí contar repetidas veces que, en el tiempo de descanso entre juicios, a media mañana, bajaba a tomarse un café en un bar inmediato al juzgado con la toga puesta, extravagancia exhibicionista con la que aquel necio acudía a disfrutar de un café que muy probablemente no sería capuchino, pero sí togado. Quede tan grotesca historia para el anecdotario de los disparates forenses y volvamos al presente. Como decía, es ahora costumbre que los jueces se exhiban al frente de las casas de la justicia con la toga puesta; es esta una prenda que, según la ley, el juez ha de vestir en las salas de audiencia para ejercer la función jurisdiccional, y también para otros actos de cierta solemnidad que tienen lugar también en el mismo recinto. Pero lo insólito es que saquen las togas a la calle. Se trata, a mi juicio, de una exposición impropia y un alarde disonante. Claro que, con ánimo indulgente, podíamos atribuir esa desmesura indumentaria a un gesto cargado de simbolismo: se sacan las togas a la intemperie para orearlas al aire limpio y vivo de la calle, lejos del polvo de los anaqueles y viejos expedientes apilados en oficinas anegadas de papel. A saber en qué estado habrán vuelto las togas a los despachos después de que sus dueños, en pública exhibición, se hayan rasgado las vestiduras por causa de las temidas reformas.

En cualquier caso, bien está airear las togas extramuros de los «palacios» de justicia, pero más importa que sean oreados los cerebros e ideas de aquellos que de tanto mirar al pasado se han convertido en inútiles estatuas de sal.

Quede para otro día hablar de las reformas que plantea la ley objeto de las protestas.

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