Opinión
Está lleno
El mundo no puede ensancharse, así que crece hacia dentro, por eso todo está cada vez más a reventar. Ya estaba lleno hace casi un siglo, cuando Ortega y Gasset escribió La rebelión de las masas y destacó que la experiencia visual más evidente de la época era la aglomeración. Pero todo lo que permanece lleno puede misteriosamente llenarse más.
Están más llenos los restaurantes. Están más llenas las terrazas. Los museos están llenísimos. Los aviones y los trenes van llenos. El metro va lleno. Las carreteras y las aceras están llenas. Las presentaciones de libros, los conciertos están llenos. Los hospitales, las tiendas, los parkings, los talleres, los teatros, los hoteles, las piscinas, las playas: todo atestado.
Por no hablar de elementos menos tangibles: la actualidad está llena de noticias, los discursos llenos de mentiras, las discusiones llenas de agresividad, las plataformas llenas de series, las librerías llenas de títulos, nuestras agendas llenas de compromisos.
El lleno lo abarca todo. Por las mañanas me levanto y está llena la mesa de la cocina, generalmente de objetos que ni siquiera pertenecen a la cocina: una cuerda de saltar, un estuche de lápices, un montoncito de ropa doblada, un cepillo del pelo.
Pero si me voy a otra esquina de la casa, pongamos que al estudio, los objetos buscan sitio ya en el suelo, porque en las estanterías y la mesa no hay. Recuerdo cuando al comienzo del curso le compré una mochila nueva a mi hija y, aun en el escaparate, estaba llena ya, llena de absurdos cartones y plásticos, puestos allí solo para que nos hiciésemos una idea de cómo quedaría cuando la llenásemos nosotros de verdad.
Hace dos días, por prolongar el experimento, tomé la mochila, con el curso a punto de finalizar, miré dentro y encontré una braga sucia, una cáscara de plátano putrefacta en un táper, pañuelos con mocos secos, llaveros sin llaves, un peluche, una docena de folios doblados, tres estuches distintos, cuatro libretas, cinco libros, un diario, una botella de agua vacía, la bolsa de aseo, el cepillo de dientes y la pasta dentífrica, una gorra, crema solar. Solo no encontré el libro y la libreta que necesitaba ese día para hacer los deberes.
Estar lleno es ya un estado inevitable de la realidad, tan agotador y exasperante que te deja a los pies de desear que el mundo se vaya a pique y se desinfle y no quede nadie en ninguna parte. Que algo esté lleno, y de pronto se vacíe, genera un placer inenarrable, que difícilmente se podría ocultar. No sé si me preguntaría a dónde fue la gente, en esas circunstancias.
Creo que me confirmaría con destacar qué tranquilito está todo. Solo hay que ver el alivio que hace unos meses sintieron los vecinos de Barcelona que usaban el bus 116 para acceder a los barrios del Coll y la Salut. El turismo se había adueñado de él para ahorrarse la caminata cuesta arriba hasta el parque Güell. La línea se vació cuando se hizo indetectable para Google Maps. Con razón, ser invisible es un sueño que alentamos desde la infancia, pues significaría tener el mundo solo para nosotros. A lo mejor no es tanto pedir.
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