Opinión
Un regalo para la «profe»

Los regalos a los profesores al finalizar el curso crea controversia. / Faro
Mucho debate —y no poca controversia— genera la costumbre, cada vez más arraigada, de hacer un regalo al profesor o profesora de turno al finalizar el curso. Especialmente en las etapas escolares más tempranas (Infantil y Primaria), cuando el tutor ha acompañado al grupo durante varios años. Y la verdad, después de leer el artículo de nuestra compañera Patricia Casteleiro en estas páginas —en el que recoge opiniones de progenitores, docentes y psicólogos—, y de escuchar, dentro y fuera del periódico, voces a favor y en contra, ya no sé muy bien qué pensar. Así que, cada cual haga lo que considere oportuno; eso sí, sin presiones, por favor.
Agradecer con un detalle
Entiendo a quienes sienten la necesidad de expresar su agradecimiento con un obsequio. Sobre todo cuando los niños son muy pequeños o cuando el docente ha sido clave en su adaptación, porque, como he escuchado tantas veces, llegan a ser «uno más de la familia». Recuerdo que, cuando mi hija estaba en la Galiña Azul, un día le pregunté: «¿Tú a quién quieres más, a mamá o a papá?» (sí, usé la trampa de ponerme en segundo lugar para tener más posibilidades de ganar). Me contestó: «A Olga», que era por entonces su profe favorita. ¿Se merecía Olga un regalo? Pues sí, aunque estoy convencido de que valoró igual —o más— nuestro agradecimiento infinito por esa conexión tan especial que tuvo con la niña. Mil gracias, claro.

Los regalos a los médicos por una buena atención también fue una práctica habitual. / Faro
¿Y si no hay satisfacción?
También me pongo en la piel de aquellos padres y madres que dicen «no» a hacer regalos a los profesores por el simple hecho de «hacer su trabajo». Más aún si no están satisfechos con la evolución de sus hijos o con el método de enseñanza del docente. Esto me recuerda a otra práctica, del todo desfasada, pero que aún pervive: los regalos al médico por una buena atención (¿acaso no debería ser siempre así?), al concejal por asfaltar tu calle (sin comentarios), al jefe de personal de la fábrica por haber metido a trabajar a tu hijo (todo muy ético —nótese la ironía—). ¿Deben unos padres insatisfechos con el profesor agasajarlo solo porque la mayoría lo hará? Pues no. En estos casos, la presión social —con la palanca de los dichosos grupos de WhatsApp— no debería imponerse. Por supuesto que no.
El valor del reconocimiento sincero
Para evitar tensiones —que las hay—, algunos centros han establecido normas al respecto. Me parece estupendo. Pero los padres son libres de hacer lo que consideren mejor y los docentes, fuera del aula, también. En sus manos queda. Más allá del regalo —con lazo o sin él—, lo que realmente importa es el reconocimiento sincero. Ese que no siempre cabe en una caja ni se paga con Bizum. Un «gracias» a tiempo, una nota escrita a mano o una conversación honesta el último día de clase valen más que cualquier detalle comprado. Y en eso, profes y familias sí deberíamos coincidir.
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