Opinión | El correo americano

Atracción fatal

Era la pareja del año. Trump y Musk. Parecían admirarse. Intercambiaban elogios. Se ayudaban en sus asuntos. El presidente y el millonario. Sirve para un título de una comedia romántica. Uno con el poder político y el otro con la fortuna. El destino los había unido para darle la victoria al Partido Republicano, a pesar de que ninguno de los dos procedía del mundo conservador. Trump lo metió en su administración. Musk le dio mucho dinero. Aparecían juntos en Fox News. Parecían inseparables. Pero se produjo el divorcio. Y no fue un espectáculo bonito. Se dijeron de todo en redes sociales, a las que ambos son adictos. Se amenazaron. Se odian.

El culebrón Trump-Musk no es más que una reyerta callejera entre dos iluminados. Nunca hubo ideología, sino conveniencia y megalomanía. Más que el futuro de Estados Unidos, lo que a ellos realmente les preocupa es su protagonismo en ese futuro. La salvación no es posible sin su participación. Están enganchados al culto a la personalidad. Necesitan ser las estrellas del día. Ahora Musk dice que puede poner muchos dólares en los bolsillos de los adversarios del presidente. Trump asegura que va a revisar los contratos con las empresas de Musk. Lo cual demuestra que el amor de su relación se basaba en puro pragmatismo.

La ruptura, sin embargo, era bastante predecible. Como también lo es el modo en que se atacan públicamente. Las formas. La agresividad. La falta de educación. El infantilismo. Resulta que ahora Trump, según sugiere Musk, anda metido en unos asuntos turbios con Jeffrey Epstein. Y Musk, según Trump, no podría hacer nada sin las ayudas gubernamentales. Antes eran todo lo contrario. Pero pasaron a ser lo peor para el país. Unos villanos. Enemigos de la democracia. Vendidos al sistema. Musk ya quiere fundar otro partido al margen de republicanos y demócratas. Ahora Trump es el establishment. Ahora Musk es un hombre rico desagradecido.

La conclusión que sacamos de este drama, como decíamos, no tiene nada que ver con las ideas. Son dos ególatras que ya no se necesitan. Patrick Bet-David le aconsejó a Musk que no persistiera en su lucha contra Trump porque este es el macho alfa de la relación. El presidente es el líder de la tribu. El hombre con orgullo que no permite que nadie le desafíe. En este mundillo todo se explica recurriendo a la masculinidad. Musk se paseó por los platós con una gorra gótica de MAGA. Tuvo acceso a información privilegiada del Gobierno. Le hacían especiales en Fox (a ver ahora cómo explican la separación en esta cadena) y es (fue) un ídolo de la derecha.

Lo verdaderamente interesante es cómo se lo toman los votantes, las bases del Partido Republicano, los miembros del movimiento. Cómo justificarán su apostasía, su traición. Cómo se argumentará su salida. Musk no puede ser un Michael Cohen o un Scaramucci. Tuvo demasiada importancia. Quizás a muchos les entristece este choque de ídolos. Los Teslas ardían en las calles por el patriotismo de Musk, el hombre que lo sacrificó todo por su país. ¿Qué dirán de él ahora? ¿Otro traidor? Seguro que crean un relato convincente. Quizás, Musk, paradójicamente, acaba como Obama. Quizás ahora entiende por qué al expresidente no le hacía gracia que Trump anduviera cuestionando su lugar de nacimiento. A ver si Musk va a acabar luchando por los derechos de los inmigrantes que, al igual que él, llegaron a este país en busca de oportunidades. Cuántas vueltas da la telecracia.

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