Opinión | El correo americano

Los jueces que molestan

Ya lo dijo el cómico Andrew Schulz: no se puede menospreciar a JD Vance. Es él a quien Trump ha de temer. Observen su carrera fulminante, su rápida conversión (al trumpismo y al catolicismo) y su aspecto formal, expresándose con elocuencia y justificando los excesos de su jefe, como él orgullosamente lo llama, mostrando el rostro más amable y civilizado del fanático. El hombre que se graduó en una universidad de élite (de la que ahora reniega) y publicó un libro influyente sobre esos estadounidenses olvidados que acabarían votando por Trump.

Cualquiera que lo haya visto en los debates y en las entrevistas tiene que reconocer su talento, su profesionalidad y su devoción. Aborda todo tipo de temas manteniendo la compostura, aunque su discurso destile odio, crueldad y resentimiento. Es capaz de hacer que los errores en las deportaciones parezcan aciertos involuntarios, de darle un aire de sofisticación a la retórica xenófoba, de racionalizar el culto a la personalidad. En MAGA están encantados. Y con razón. Es un descubrimiento. La nueva esperanza blanca. Carne de sucesión.

En una entrevista reciente con «The New York Times», Vance, tras lamentarse de que algunos jueces bloquearan los decretos de Trump, expuso su particular concepto de la democracia, resumiendo también el pensamiento político del nuevo populismo estadounidense. Al vicepresidente le indigna que la justicia contradiga la voluntad popular. Los ciudadanos votaron a este presidente por sus políticas de inmigración. El pueblo quiere que esas políticas se implementen cuanto antes. Vance se pregunta por qué los jueces no permiten que se materialicen los deseos de los ciudadanos. Según él, algo no funciona en el sistema cuando los electores eligen a un presidente, el presidente toma unas medidas y unos jueces, a los cuales nadie ha votado, las paralizan.

Solo le faltó declarar la muerte de Montesquieu. Esta queja nos resulta familiar. Vance, básicamente, sugiere que hay que acabar con la judicialización de la política. Los jueces no hacen más que molestar faltándole el respeto a la mayoría. Dejen que la democracia fluya. No se interpongan en el camino del Gobierno, pues la gente le ha otorgado al poder ejecutivo todas las potestades para que actúe en su nombre. Así no se puede trabajar. Es imposible materializar la totalidad de un programa. El proceso es lento y tedioso. Demasiada burocracia, demasiadas togas, demasiados problemas legales. Los estadounidenses han pedido algo y se lo tienen que dar.

Esta interpretación torticera de la democracia presenta varios problemas, empezando por el hecho de que no sabemos las razones exactas por las cuales los electores se decantaron por Trump. Una de ellas podría ser la inmigración, sin duda, pero también la economía o el desprecio hacia la opción demócrata. Vance, sin embargo, solo parece enfocarse en el asunto migratorio. Luego está la cuestión del equilibrio de poderes. Los frenos y contrapesos. La democracia no consiste solo en reunirse en una habitación y levantar la mano. Entre otras cosas porque en esa habitación se podría aprobar la puesta en práctica de actos barbáricos, como la tortura, la violación o el asesinato. Y con una victoria abrumadora e incontestable. Un ejercicio democráticamente puro (al menos en una de sus definiciones) pero obviamente ilegal.

En la campaña se puede prometer mucho. Pero solo se aplicará aquello que pase por los filtros del poder legislativo y el poder judicial. Vance defiende su posición con calma y educación, sin las estridencias a las que nos tiene acostumbrado su jefe. Parece que lo que dice tiene sentido. El pueblo está cansado de ver cómo sus gobernantes no cumplen. Y ahora, por fin, hay uno que quiere cumplir. Y los jueces se lo impiden. Es más fácil en otros lugares donde el poder se concentra en un solo partido y en un solo hombre, como se lamentaba a veces el propio Trump. Pero es que la democracia a veces es eso: acatar la ley y seguir gobernando para todos, no solo para los tuyos. Así los ciudadanos no fantasean con otros sistemas en los cuales no se le pueden poner objeciones al líder. En esos donde la voluntad popular no se consulta sino que se impone. En esos donde los jueces no se atreven a molestar.

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