Opinión | Crónicas galantes
Tormento y éxtasis del fútbol
Tras varios años al borde del infierno de Segunda, el Celta ha ascendido algo inesperadamente a la gloria de las competiciones europeas. Entre el tormento y el éxtasis, el celtismo se parece más a una religión que a una corriente futbolística.
No ha de ser casualidad que el club se acoja en la cruz de su escudo a la protección del Apóstol Santiago, que actuaría como escapulario con funciones de detente-balón. Y no solo eso. El estadio en el que el Celta oficia cultos es, como se sabe, un templo al que los feligreses acuden para sufrir hasta el último minuto. El sufrimiento es, a fin de cuentas, un rasgo estrictamente religioso muy valorado en el cristianismo, el islam, el budismo y el hinduismo.
No se trata solo del equipo vigués, por supuesto. La teología impregna al fútbol, incluso en las metáforas. Los de Bilbao, que gastan fama de exagerados, llaman La Catedral a su San Mamés, que por algo ha de llevar nombre de santo. La misma condición atribuyen los ingleses al estadio de Wembley, aunque en su caso la elevan al rango de catedral futbolística del mundo mundial.
Más modestamente, los devotos del Celta tienden —tendemos— a estar curtidos en la teología de la salvación. Lo habitual en Balaídos son las agonías de fin de temporada, momento en el que empiezan los cálculos sobre el número de puntos necesario para evitar la caída en las calderas de Pedro Botero. Cuando el milagro se produce, o cuando se necesita, no es infrecuente que los presidentes del club peregrinen hasta la tumba del Apóstol para agradecer o impetrar sus favores.
Credo de sufridores, el celtismo ha vivido también sus períodos de gloria, como el que bien pudiera inaugurarse esta temporada que acaba de concluir con la subida a los cielos de Europa.
Los más veteranos recordarán aún la era dorada de finales del pasado milenio y comienzos del actual, cuando la alegre samba de Mazinho y la técnica de ballet ruso de Mostovoi permitían al Celta exhibir juego de fantasía en la UEFA y hasta en la Champions. De la Liga de Campeones pasó, eso sí, al descenso a Segunda, como tal vez corresponda a un club que vive religiosamente entre la agonía (las más de las veces) y la gloria.

Contra el Aberdeen escocés en 1971 en Balaídos: el primer partido del Celta en Europa /
Lo de esta temporada es distinto y quizá por eso haya pillado a la feligresía por sorpresa. A diferencia del equipo de plantilla multinacional que encadenó clasificaciones europeas hará un par de decenios, el de ahora es un club que ha optado por remedar, a su manera, la política doméstica del Athletic.
Al edén de Europa ha llegado este Celta con una escuadra de chavales que en su mayoría jugaban hace nada en el fútbol semiprofesional, bajo el mando de un entrenador que ha subido con ellos al primer equipo. Más notable aún es que su estilo de juego recuerde, pasmosamente, al Celta de aquella época áurea.
Habrá quien califique la gesta de milagro: y no le faltará razón. Después de todo, los prodigios son signos propios de la religión y, por supuesto, de los equipos condenados a vivir entre el tormento y el éxtasis. Ya tocaba lo segundo.
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