Opinión
Este es el papa que la Iglesia necesita ahora
Acabamos de saber ya quién es el nuevo obispo de Roma, sobre el que sus compañeros cardenales han querido que recayera el ser, por ello, papa de la Iglesia Católica. Desde el cónclave, que ha congregado al colegio cardenalicio desde el pasado miércoles 7 de mayo, se ha emitido el ansiado comunicado en modo fumata blanca, y así se resuelven de una vez las muchas incógnitas y preguntas que hasta entonces se formularon los más avezados periodistas honestos e incluso otros a los que ha habido que atribuirles, para mayor credibilidad, los calificativos de «experto y muy reconocido vaticanista», que viene a ser tan rara avis como los mirlos blancos.
Los magos de opinión que habitualmente no siguen ni entienden casi nada de la vida de la Iglesia, porque lo más cerca que han estado a su esencia ha sido en el ya lejano y olvidado funeral de su abuela, suelen interpretar la elección del Papa reduciéndola a una suerte de juego de apuestas, ansias de poder o imposición de tendencias ideológicas, además de los deseos propios del opinante, que por coherencia y lógica, nada tendrán que ver con lo que buscan y pretenden la mayoría de los cardenales encerrados en oración cuya principal pretensión es, por medio de sus votos, diálogos y deliberaciones, dar en la diana del sucesor de Pedro en quien el espíritu santo deseará que recaiga en adelante el triple encargo de llevar a buen puerto la barca de Pedro, en este momento de la historia.
Acabo de conocer en el momento en que escribo estas líneas, que el nuevo papa será el hasta ahora cardenal Robert Francisco Prevost Martínez y que ha elegido el nombre de León XIV. Estoy muy contento como seguramente también quien me lee. Y una vez más, en tanto escucho el volteo de las campanas de san Pedro constato aquello que un cardenal dijo en una ocasión a un periodista y que deberían aplicarse numerosos colegas: «el reloj que usted lleva en la muñeca no sirve para fijar los tiempos de la Iglesia». La ansiedad comunicativa por conocer al nuevo papa ha sido congelada ya por los cardenales que nos han regalado un papa misionero, de nacimiento estadounidense pero de entregado ejercicio pastoral en Perú, de ascendencia española por vía materna y que ha elegido el nombre de León XIV: clara alusión a quien desea seguir la línea del papa renovador de la Rerum novarum y la puesta al día de la doctrina social de la Iglesia y la apertura a cuanto necesita la iglesia de este tiempo.
La iglesia universal se llena de gozo por el nuevo papa que le ha sido regalado para este momento y tendremos que poner sordina al subrayado que hagan los que hablan de la iglesia –conociéndola profundamente desde la asistencia al funeral de la abuela–, y que nos hablarán de un papa estadounidense, no del gusto de Trump y mil etcéteras que prefiero no enumerar, y se olvidarán de su labor en las diócesis peruanas, de su formación cultural y teológica, de sus trabajos y experiencias anteriores en las curias romana y peruana, de sus tareas en la formación de seminaristas y sacerdotes y de toda la mochila intelectual y espiritual en la que se han fijado sus compañeros cardenales para elegirle como timonel de la barca de Pedro, como el más apto para esta hora de la historia de la Iglesia y del mundo, en el que nos viene de perlas este nuevo papa como el mejor que ahora necesitamos.
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