Opinión
Apagón España 2025
Cuando se apagan las luces en segundos: cómo desaparecen gigavatios de electricidad
Imagina que en solo cinco segundos desaparece de la red eléctrica española una potencia equivalente al consumo de más de diez millones de hogares. No es ciencia ficción. Ocurrió el 28 de abril de 2025, sobre las 12:33 PM, cuando el sistema eléctrico peninsular perdió de forma súbita 15 gigavatios (GW) de potencia – cerca del 60% de la demanda nacional en ese instante. El GW es una unidad que mide una enorme cantidad de energía eléctrica. El impacto fue inmediato y generalizado en toda España, generando cortes de suministro, caos en el transporte, interrupción de servicios críticos y desconcierto.
¿Qué significa perder 15 GW tan rápidamente? Equivale aproximadamente al consumo conjunto en hora punta de Madrid, Cataluña y Andalucía. Es como si múltiples centrales nucleares, térmicas y grandes parques eólicos se desconectaran a la vez, en apenas un parpadeo.
Aunque la investigación oficial sigue en curso para determinar la causa raíz, y las autoridades no descartan ninguna hipótesis (considerando aspectos técnicos, operativos e incluso de seguridad), se barajan diversos posibles detonantes. Entre ellos: fallos simultáneos en grandes centrales (nucleares, ciclos combinados); la desconexión súbita de interconexiones internacionales, aislando temporalmente a España; una falla en cascada en la red de transporte, donde un problema inicial se propaga como fichas de dominó; un ciberataque contra los sistemas de control; fenómenos meteorológicos extremos; o errores humanos y técnicos. La complejidad del evento requiere un análisis minucioso.
Cuando se pierde tanta energía, la frecuencia de la red eléctrica –que debe mantenerse estable en 50 hercios (Hz), el ‘pulso’ constante del sistema eléctrico europeo– comienza a descender bruscamente. Si cae demasiado, es como si el corazón del sistema latiera muy lento. Para proteger equipos vitales (generadores, transformadores) y evitar el colapso total, las protecciones automáticas desconectan carga (consumidores), provocando los apagones generalizados.
El resultado fue un apagón masivo y prolongado en toda la España peninsular. Millones de ciudadanos se vieron afectados durante muchas horas. Los hospitales activaron sus generadores de emergencia, las comunicaciones móviles sufrieron intermitencias y la actividad industrial se paralizó en gran medida. La recuperación fue gradual, coordinada por Red Eléctrica de España (REE), extendiéndose durante más de nueve horas (en algunas zonas casi 20, para restablecer la mayor parte del suministro, aunque la normalización completa llevó más tiempo. El transporte colapsó: el Metro de Madrid se detuvo, y Renfe tuvo que evacuar a más de 30.000 pasajeros de trenes perdidos en mitad de la nada. Se declararon niveles de emergencia en varias comunidades autónomas, y en algunas como Galicia, se llegó a suspender la actividad lectiva para el día siguiente, dada la incertidumbre.
La gestión de esta crisis recayó en Red Eléctrica de España (REE). Como Operador del Sistema (TSO), REE es responsable de mantener el equilibrio instantáneo entre generación y demanda en toda la península, una tarea complejísima que opera 24/7. Ante el colapso, REE activó los planes de reposición, un proceso técnico delicado para ‘reconstruir’ la red desde cero (lo que se conoce como ‘arranque en negro’ o black start para las centrales que deben reiniciarse sin alimentación externa). Esto implicó coordinar a cientos de actores (empresas de generación, distribución) y gestionar el apoyo crucial de Francia, Portugal y Marruecos a través de las interconexiones internacionales para realimentar partes de la red. Estas conexiones son vitales no solo en emergencias, sino para integrar mercados energéticos, optimizar el uso de renovables y mejorar la seguridad de suministro general, mitigando el efecto de ‘isla eléctrica’ que históricamente ha caracterizado a la península – un reto que proyectos como el futuro enlace submarino por el Golfo de Vizcaya buscan abordar. Cabe destacar que los sistemas eléctricamente aislados (Canarias, Baleares, Ceuta, Melilla) no se vieron afectados.
Este tipo de eventos, aunque infrecuentes a esta escala, no son totalmente nuevos. Incidentes pasados ya advertían de estas vulnerabilidades: el apagón italiano (2003, originado por un árbol en Suiza); la división de la red europea (2006, por un fallo de coordinación en Alemania que afectó también a España); el masivo apagón de India (2012, por sobrecarga); la desconexión temporal de la península ibérica (2021, tras un incidente aéreo en Francia que puso a prueba la capacidad de operación aislada); o la explosión en la central de Sant Adrià (Barcelona) en 1987, que sumió a Cataluña en la oscuridad.
Todos estos episodios revelan la sensibilidad extrema de la red eléctrica. Hoy, esa red es más compleja. La necesaria transición a renovables (solar, eólica), donde España es líder, es fundamental contra el cambio climático, pero introduce retos técnicos: su variabilidad reduce la ‘inercia’ del sistema (su capacidad de resistir cambios bruscos) y exige predicciones meteorológicas muy precisas para gestionar la producción. Paralelamente, la digitalización trae eficiencia pero también riesgos cibernéticos crecientes, desde el bloqueo de sistemas (ransomware) hasta la manipulación de operaciones, requiriendo ciberseguridad robusta. Y el cambio climático intensifica los fenómenos meteorológicos extremos que amenazan la infraestructura física. La red ya no es lineal; es un sistema distribuido, interconectado y automatizado, donde pequeñas perturbaciones pueden magnificarse.
La electricidad es invisible, pero fundamental. Integrada en cada aspecto de nuestras vidas, solo notamos su ausencia cuando es tarde. Encendemos la luz, usamos el transporte, trabajamos... sin pensar en el delicado equilibrio detrás. Este equilibrio es mantenido por miles de profesionales –desde ingenieros diseñando protecciones hasta técnicos manteniendo líneas–, tecnología avanzada y sistemas complejos operando sin descanso.
El apagón del 28 de abril de 2025 ha sido una contundente llamada de atención. Nos recuerda que nuestro sofisticado sistema eléctrico no es infalible. Demuestra que sin inversión continua y decidida en resiliencia (capacidad de resistir y recuperarse), coordinación transfronteriza y modernización tecnológica, bastará un fallo, un evento externo o un error para que, una vez más, millones se queden a oscuras.
Desde los operadores en las salas de control tomando decisiones críticas en segundos, hasta las brigadas trabajando sobre el terreno para reparar equipos y restablecer líneas, la respuesta humana fue fundamental. Es también un recordatorio del valor del trabajo crucial, y a menudo invisible, de los equipos técnicos que respondieron a la emergencia y que ahora analizan lo sucedido para reforzar nuestra red eléctrica de cara al futuro.
Porque en el mundo eléctrico en el que vivimos, a veces, los gigavatios desaparecen… en un parpadeo.
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