Opinión | Crónicas galantes

Vivimos colgados de un cable

El fundido a negro del lunes al martes en toda España trajo la vida sana al país, siquiera fuese por unas horas. Muchos españoles descubrieron que se puede subir a pie cinco, seis y hasta diez pisos sin grave quebranto. Al contrario. Los que hayan sobrevivido a esas ascensiones sin ascensor al domicilio no tardarán en comprobar una notable mejora en sus condiciones de salud. Lo que no te mata te hace más fuerte.

Fueron muchos también los que tuvieron ocasión de paladear los encantos de la lectura, acaso ya olvidada. Y, por supuesto, las íntimas delicias del amor a la luz de las velas, gracias a este paréntesis de sosiego sin tele, ni redes, ni casi nada en general.

El erotismo inducido por la oscuridad podría tener felices consecuencias para la decaída tasa de natalidad de este país de viejos. Los precedentes alientan esta idea.

Suele citarse el caso de Nueva York, donde uno de sus apagones (ha tenido bastantes) habría propiciado nueve meses más tarde una inusual cosecha de bebés. No hay datos oficiales que confirmen ese bum de natalidad, pero aun así el blackout descubrió a los neoyorquinos que había entretenimientos mucho más gozosos que la tele. De aquellos polvos vendrían después los niños paradójicamente alumbrados por la oscuridad, aunque hay quien sostiene que esa es mera leyenda.

El ayuno forzoso de kilovatios nos hizo caer además en la cuenta de lo frágiles que son las sociedades desarrolladas. Nos creíamos parapetados por toda suerte de planes de emergencia, pero bastó una caída en el suministro del misterioso fluido que es la electricidad para dejarnos desvalidos.

Acostumbrados a pagarlo casi todo con tarjeta, no habíamos caído en la cuenta de que un mero corte de luz las convierte en plástico inservible. Mucha gente sufrió el agobio de carecer de dinero en efectivo y no tener de donde sacarlo. También la mina de los cajeros automáticos se había secado.

Inutilizados todos sus complejos sistemas de cobro electrónico, muchos comercios y supermercados optaron por cerrar. Se ignora a cuánto ascienden las pérdidas, aun sin incluir los alimentos almacenados en refrigeradores que han ido directamente a la basura.

Los que hacíamos bromas con el kit de supervivencia recomendado por la Unión Europea hemos tenido una primera ocasión de tomarnos en serio las previsiones de los burócratas de Bruselas.

Al final tuvo que ser la radio (ay, aquellos arcaicos transistores) nuestra vía de información tras la debacle general de los teléfonos, las redes de internet, los WhatsApp y demás alta tecnología. No hará falta recordar que una radio a pilas, una linterna, dinero en efectivo y un hornillo portátil de gas eran algunas de las previsiones que aconsejaba Europa para resistir tres días a una emergencia. Hora es de tragarnos los muchos chistes que hicimos a propósito de eso.

Falta averiguar la razón por la que cayó la red eléctrica de toda España, no más sea para evitar que el desastre se repita. De momento, el gatillazo de la luz ha desvelado la fragilidad de las sociedades tecnológicas. Vivimos colgados de un cable y es natural que alguna vez nos electrocutemos. Como acaba de ocurrir.

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