Opinión | Crónicas galantes

Entre gafes y conspiraciones

Horas después de recibir imprudentemente a J.D. Vance, vicepresidente americano, el papa ha fallecido. No estaría bien dar por hecha una relación de causa a efecto, siquiera sea porque Francisco padecía una precaria salud, mucha edad y un trabajo estresante que ejerció hasta el último momento. Tampoco hace falta el concurso de un gafe para explicar un triste desenlace que se explica por sí mismo.

Cumple advertir, sin embargo, que estamos hablando de cuestiones relacionadas con el pensamiento mágico. En ese dominio entra la creencia en los gafes —o mufas, en su variante porteña— que tienden a ir por ahí expandiendo la desgracia. «Persona que trae mala suerte», resume casi telegráficamente la Real Academia.

Vance, subordinado y representante de Trump, encaja bastante bien en el perfil así definido. Durante su reciente visita a Groenlandia, isla que su jefe quiere anexionarse por lo civil o lo criminal, el vicepresidente sufrió un recibimiento glacial de los inuit y demás groenlandeses. El viaje diplomático del presunto gafe fue toda una gaffe, que es como los franceses llaman en argot a una metedura de pata.

A favor de Vance hay que decir que, años antes de convertirse en escudero del actual presidente, no era exactamente un partidario fervoroso de Trump. En un mensaje privado llegó a preguntarse si su ahora jefe era el Hitler de Estados Unidos; y ya en público lo reputó de «fraude total». De esto hace apenas unos pocos años.

En algún momento cayó como un Saulo cualquiera en su camino a la Casa Blanca para descubrir una hasta entonces ignorada devoción por el maestro naranja. Vance se metió de hoz y coz en el movimiento MAGA (acrónimo de Make America Great Again) que viene a ser el sustento ideológico del trumpismo.

Ahí puede observarse otro vínculo de este curioso asunto con el pensamiento mágico, propio de las religiones y también del ocultismo. Una maga (o meiga, en gallego) no es sino la versión femenina de un mago; y en general practica la magia blanca.

Cierto es que se las confunde con las brujas, si bien estas últimas obtienen sus poderes del demonio y lo emplean para hacer el mal. Dado que J. D. Vance es un fervoroso cristiano, conviene deducir que la suya es devoción a las magas y no a las brujas, por más que sus poderes deriven del demonio de los aranceles.

Nada de eso le libra de una creciente fama de gafe que ahora acaba de abonar tras la visita al papa Francisco horas antes de su muerte. El pontífice, por cierto, le habría reprochado diplomáticamente su desprecio a los inmigrantes, tal vez sin advertir que no es prudente contradecir a un mufa.

Ahora vendrá el turno de los teóricos de la conspiración, suspicaces habituales cuyas magias consisten en sospechar algún compló oculto en cualquier suceso.

Visto que al bueno de Francisco se le reputaba exageradamente de progresista y hasta de izquierdista, no faltarán quienes intuyan cosas raras en la coincidencia de la visita de Vance. No es razonable ir tan lejos, por más que el citado cargue aura de gafe.

Un respeto para el papa que, al menos, abogaba por los pobres de este mundo. No como otros.

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