Opinión
Cristóbal Gabarrón cumple cuatro veces veinte años
Cristóbal Gabarrón cumple cuatro veces veinte años. Lo hará el 25 de abril. Llega a esta etapa con una plenitud casi exagerada, con la consciencia de haber trascendido las arduas exigencias de los tiempos y de las edades, de haber creado una eternidad física, disfrutable, tangible, en la que la inspiración le ha encontrado siempre trabajando —como decía Picasso que debía ser—, y en la que pervive el ansia de producir belleza en dondequiera que el mundo le encuentre.
Tras hallarlo, Cristóbal se ha situado en el equilibrio vital, ese que le permite disfrutar de la familia, de sus amigos, de sus enclaves preferidos —donde goza de museo o taller o casa— Mula, Valladolid, Nueva York, o Beluso en Bueu. Creo olvidar algún paisaje que le pertenece por apetencia. Su mundanidad trascendente y la labor de su Fundación —dirigida por su hijo Cris, uno de los mejores gestores culturales de estos tiempos—, le llevan a recorrer el mundo con su proyecto de encuentros artísticos internacionales «Ámbito», reclamado por los más afamados museos e instituciones artísticas, desde Atapuerca a Santiniketan, la universidad creada a principios del siglo XX por Tagore en Bengala, desde Hong Kong a Wesenberg en Alemania...
El artista, de origen murciano, es en realidad de una estirpe universal, única, la que es capaz de transmitir ideas profundas, emociones, tras crear un lenguaje amable y sencillo, logro exclusivo de sabios, que le permite trasladar una plasticidad, una estética únicas, reconocibles, plenas de hallazgos.
Ante su obra cabe preguntarse de dónde emergió el boceto de tantas exactitudes, esa capacidad inusual para interpretar y reinterpretar con las formas, los colores, los materiales. Yo creo tener una respuesta: de la vocación elevada a pasión, a un quehacer permanente, basado en la investigación, en la técnica, en la experimentación, en el inconformismo, en la necesidad de compartir. Las musas, como Rosa su esposa, se han enamorado del genio, del mismo que, lejos de encerrarse en una lámpara, maravilla a los públicos más exigentes y cultivados del planeta tierra.
"Es muy grande pero sabe aquilatar sus gestos, sus palabras, sus afectos a la necesidad que los demás tenemos de abrazar a los amigos, de hablar con mentes privilegiadas y ser capaces de entenderles"
A Cristóbal, con el que tengo el gusto de compartir algunos momentos inolvidables y una entrañable amistad, uno descubre el gusto por la conversación lenta y trascendente, su afán por la transmisión efectiva de la experiencia acumulada, de las lecturas, de los viajes, de la convivencia familiar y amical, y también cómo es capaz de valorar, para su trabajo, la compañía del silencio.
Cristóbal alcanza los 80 años seguro de sus convicciones, de sus afectos, consciente de haber llegado allí donde parecía impensable arribar, y lejos de mitificarse —lo que consigue en sus cuadros, en sus esculturas— permanece en la distancia justa que eleva a los artistas a una categoría superior, porque su humanidad supera al héroe, el hombre a la obra. Es muy grande pero sabe aquilatar sus gestos, sus palabras, sus afectos a la necesidad que los demás tenemos de abrazar a los amigos, de hablar con mentes privilegiadas y ser capaces de entenderles.
Hace ya algunos años escribí: «Una hoja de calendario se desprende del árbol de la vida. Abdica sobre un niño alejado del otoño de las edades y dispuesto a leer los presagios. Es un acto mágico, de musa, que conjetura una raíz y una evolución... Mula bien podría ser en aquellos años un pueblo de Juan Rulfo, un espacio delimitado por las estrecheces o por una tiza de un Julio Cortázar volandero, por una rayuela sobre un suelo de barro, preludio de cerámica. Quizás sea un trazo, una realidad que expresa la espontaneidad inocente, antecesora de la sabia, de la que ya corría por las venas y por la herencia histórica. En ese ahora, en ese augurio, todo se retrató en sí mismo, todo se plasmó como habría de ser. La evolución, lo huellado, las marcas transgresoras, la observación, la formación, la experiencia, el conocimiento desprejuiciado habrían de sumarse para desquiciar lo evidente, en formas intencionales o no. En Cristóbal Gabarrón y en su obra todo es aporte sobre algo que ha de resultar nuevo pero que en cierto modo ya estaba en la génesis».
Felicidades, maestro.
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