Opinión | Desde mi Atalaya

Democracia y educación

Sin duda, la democracia es el sistema político más ideal y posiblemente más justo, para el gobierno y administración de los pueblos. Pues constituye un régimen social en el que todos los miembros de la comunidad, participan personal, directamente y voluntariamente, en la solución de los problemas relativos al bien común. Y porque todos tienen los mismos derechos y todos las mismas obligaciones, en cuanto a una igualdad participativa y responsable, en la vida de la comunidad.

Pero no se trata, pensamos, de una igualdad a lo Marx, sino de una igualdad consistente en la facultad de todos a tomar como cosa suya, lo que constituye el patrimonio común de la colectividad y de aprovecharlo en su perfección, procurando su mejoramiento de acuerdo con la capacidad personal de cada uno, de sus aptitudes, de sus peculiaridades y de sus gustos. Una igualdad, en suma, basada en la diferenciación natural de cada individuo.

Las excelencias del sistema democrático proclamadas a todos los vientos, no necesitan ser de nuevo formuladas, y para decir de una vez cuan alta es su perfección, podría recurrirse a aventurar su carácter angelical, es decir, propia de establecerse en una república de ángeles. Y aquí nace, precisamente la debilidad de que pueda ser implantado provechosamente con seres humanos. La democracia, en suma, es más propia de ángeles, de seres divinos, que de hombres. Por eso no debe extrañar que fracase una y otra vez, en sus repetidas versiones.

Por ello, la dificultad de su implantación, recae exclusivamente, en la naturaleza humana, en el ser imperfecto y pasional que es el hombre, en la falta del equilibrio y la armonía psicológica, entre ellos. En la ausencia de la armonía integral de los sentidos, potencia y facultades, es decir, en la limitación y relatividad de toda creación humana.

Y esta es la razón, de que necesite unas normas claras, que sean las supervisoras de todas las acciones, para que no puedan producirse situaciones, que pudiéramos llamar, antidemocráticas, saltándose algunas de las normas que tienen como misión el mantener la prevalencia democrática, y que lleve a la desaparición real, del sistema mismo. Por eso la educación es primordial en una sociedad democrática, para el conocimiento general de todos los individuos.

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