Opinión

¿Estamos solos en el universo?

El genial físico de origen italiano Enrico Fermi, en una tertulia con otros colegas en 1950, planteó una pregunta que aún hoy en día, 75 años después, sigue sin respuesta. Cómo es posible que teniendo el universo unas proporciones tan gigantescas, con tal cantidad de estrellas, de las cuales muchas tendrán planetas con condiciones adecuadas para la vida y siendo muchas de estas estrellas más antiguas que el propio sol, en donde se supone que habrán surgido un número importante de civilizaciones como la nuestra o más adelantadas. Entonces, ¿por qué nadie nos ha contactado todavía? ¿Dónde está todo el mundo?

Esta pregunta es conocida como “la paradoja de Fermi”. Hay que tener en cuenta que Fermi fue uno de los padres de la bomba atómica. Tras Hiroshima y Nagasaki, como la mayor parte de los científicos que trabajaron bajo la coordinación de Oppenheimer en el proyecto Manhattan, quedó horrorizado del poder destructor de su obra, por lo que, posiblemente, la respuesta que tenía en su cabeza, (y que sería contemplada años después por el astrónomo Frank Drake, como una de las variables, de su famosa ecuación sobre el número de civilizaciones avanzadas que contiene nuestra galaxia), es que las civilizaciones tecnológicas, al alcanzar capacidad de destrucción masiva se autodestruyen.

De todas formas, a mediados del siglo pasado no se tenía claro el número de estrellas de la vía láctea y mucho menos si los planetas eran la norma o la excepción. Hoy sabemos que tan solo en nuestra galaxia hay entre 200.000 y 400.000 millones de estrellas y se trata de una galaxia sencillita entre los miles de millones que pueblan el universo. Hoy sabemos, también, que cada estrella suele tener orbitando al menos un exoplaneta y la mayoría varios. Es decir que los números son escalofriantes.

Con el tiempo se han venido dando muchas posibles respuestas a esta aparente contradicción. Quizás nos evitan intencionadamente por considerarnos una civilización primitiva y vulnerable o puede que el número de civilizaciones no sean muchas y debido a las enormes distancias no exista posibilidad de contacto durante la existencia de dicha civilización o que sus medios de comunicación sean muy diferentes o, como ya señalamos, que se autodestruyan antes de poder contactar a civilizaciones vecinas. Últimamente y a raíz de la novela “El bosque oscuro” de Liu Cixin, también se denomina así a una posible explicación basada en que la mayoría de las civilizaciones sean silenciosas y potencialmente letales para el resto, a las que verían como amenaza, como cazadores escondidos en un bosque oscuro, pero dispuestos a disparar a cualquier ser vivo en movimiento.

En sus últimos años de vida Stephen Hawkins alertaba, de hecho, sobre el envío de señales a eventuales civilizaciones alienígenas por desconocer el carácter de estas. En cualquier caso, existen otras posibles explicaciones a la paradoja, en gran medida derivadas de alguna de las expuestas. Y claro, una última posibilidad, la más sencilla podría ser… ¿y si estamos solos en el universo?

Esta respuesta podría explicar porque proyectos como el SETI (search for extra terrestrial intelligence o búsqueda de inteligencia extraterrestre) operativos desde los años 70 no han obtenido ningún resultado.

Aunque para hablar de civilizaciones, tendríamos que hablar antes de la vida y tampoco sabemos cuan común es. Se sospecha que formas simples de vida han podido existir o incluso quizás existan en lugares, en principios exóticos, como Marte o las nubes de Venus o incluso fuera de la zona habitable de nuestro sistema solar, como en los océanos subterráneos de la luna de Júpiter, Europa o la de Saturno, Encelado. Dada la cantidad de organismos extremófilos, (es decir que pueden vivir en condiciones extremas), que existen en nuestro planeta, la mayoría de los científicos piensan que la vida en el universo debe ser bastante común. El experimento de laboratorio que llevaron a cabo los científicos Miller, (en aquel entonces aún estudiante) y Urey en 1953, en el que crearon moléculas orgánicas partiendo de sustancias inorgánicas, parecería apuntar en esa dirección.

Aunque no todos los científicos piensan que estamos en un universo animado, poblado por extraterrestres camuflados. El profesor de la universidad de Columbia, David Kipping es uno de los escépticos. Kipping hace hincapié en que la vida apareció relativamente temprano en nuestro planeta, apenas mil millones de años después de la formación de éste, hace unos 4.500 millones de años. Sin embargo, la evolución fue muy lenta a la hora de crear organismos complejos y especialmente lenta para crear seres inteligentes. Dado que en el mejor escenario pueden quedar unos mil millones de años de habitabilidad a nuestro planeta, (aunque posiblemente mucho menos), el homo sapiens ha llegado en la recta final.

De hecho, ya en el año 2000 los científicos Peter Ward y Donald E. Brownlee publicaron el libro: “Tierra rara. Por qué la vida compleja no es común en el universo”. Tengo que reconocer que de todo lo que he leído sobre este asunto, este libro es el que más me ha llamado la atención. Ya que, frente a un cosmos inconmensurable, van desgranado aquellos aspectos en los que nuestro planeta es muy especial. Por ejemplo, la mayoría de las estrellas del universo son enanas rojas y aunque miles de millones de ellas tienen exoplanetas en sus zonas habitables, las enanas rojas tienen una actividad solar tan elevada que se supone barre las atmosferas de sus planetas, además su cercanía les impide a estos rotar y presentan siempre la misma cara, haciendo de esta un pequeño infierno y de la oculta un invierno perpetuo. Las del tipo G, como nuestro sol, son más bien raras, un 7% del total y muchas se encuentran en sistemas binarios, como los soles de Tatooine en la guerra de las galaxias. También es muy relevante la zona periférica de la vía láctea en la que estamos, en otras áreas de enorme densidad de estrellas la vida sería imposible o muy difícil. Por otra parte, hasta el descubrimiento de exoplanetas se pensaba que la mayoría de sistemas solares eran como el nuestro, con los gigantes gaseosos tipo Júpiter y Saturno en el exterior para que con su enorme poder gravitacional sean un escudo contra los asteroides que se puedan dirigir hacia los pequeños planetas rocosos del interior, (aunque de tarde en tarde se cuele alguno como el famoso de los dinosaurios), pero ahora sabemos que esto no es lo común y de hecho muchos gigantes gaseosos están en el interior con los rocosos en el exterior, por lo que aún estando en una zona habitable pueden estar siendo bombardeados por asteroides permanentemente. Otro factor es la enorme luna de nuestro planeta, que a su vez marca la velocidad de rotación y fenómenos como el de las mareas y así una larga lista de factores con los que pretenden demostrar que, a pesar de la enormidad de estrellas y planetas, quizás seamos una singularidad en el cosmos. Lo cierto es que no lo sabemos, pero con la actual capacidad de observación que tenemos y tras muchos años de SETI, no hemos descubierto ningún signo de vida tecnológica ahí fuera. Quizás el biólogo francés Jaques Monod tenía razón cuando afirmó que “el ser humano esta solo en la inmensidad del universo en el que ha surgido por azar”.

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