Opinión
Las armas y la seguridad
Un desafío con tintes existenciales para Europa
La política mundial ha dejado de ser previsible. Se siente el pálpito, en lucha con la lógica del sentido común, de que todo es posible. Nadie en particular tiene el control de la situación. Trump dice de Groenlandia que es un enclave estratégico crucial y anuncia, sin permiso, que está dispuesto a hacer lo que considere oportuno para protegerlo. No desvela su verdadera intención y nos ponemos en lo peor. El vicepresidente de Estados Unidos hace una visita intimidatoria de cuatro horas a la isla, que ha sido mal recibida por la población y las autoridades danesas.
Putin se muestra complacido con el repetido ninguneo a Europa y amistoso con la pretensión de la potencia rival. Por su parte, quiere borrar a Zelensky y someter a Ucrania. Pero no informa de sus planes futuros.
La UE calibra la doble amenaza que se cierne sobre Europa y diseña una estrategia defensiva de urgencia, dándose un tiempo para concretar el destino y la financiación del gasto o el envío de tropas a suelo ucranio, asuntos en los que el acuerdo se presume difícil. En España, el Congreso celebra una sesión en la que el presidente del Gobierno deja claro su propósito de cumplir los compromisos adquiridos de aumentar el gasto militar y lo demás queda pendiente de la evolución de los acontecimientos. Se presiente el peligro, pero todo está por decidir. La incertidumbre es el signo del presente.
Como bien se ha dicho, la coyuntura para Europa tiene tintes de desafío existencial. La UE lo asume y se ha puesto en guardia. Estados Unidos podría sustituir a Trump por un presidente cordial en las próximas elecciones y el porvenir de Rusia después de Putin es un gran enigma, pero ambos mandatarios están actuando con prisa y ante tantos malos presagios Europa no puede esperar. La seguridad es la prioridad absoluta y la única manera de garantizarla es disponer de suficiente poder de disuasión, lo que obliga al rearme.
La seguridad incluye otros conceptos, por supuesto, pero el argumento que prevalece definitivamente a la hora de ahuyentar la posibilidad de un ataque a la integridad propia es la potencia militar. Careciendo de un ejército bien armado, las únicas opciones son la rendición o el sacrificio. Los ejemplos se pasean ante nuestros ojos. Véase el trance por el que está pasando Ucrania. Estados Unidos y la Unión Soviética han dirimido una guerra fría durante medio siglo, pero evitado el enfrentamiento directo. Vance no osaría poner un pie en China con las ínfulas que exhibió en Groenlandia. Según el Eurobarómetro, el valor que más estiman los europeos es la paz, incluso por encima de la democracia y los derechos humanos, y la paz solo es tal si puede defenderse de eventuales agresiones.
Los países que están liderando la reacción de Europa al envite del presidente de Estados Unidos han decidido con carácter perentorio emprender un rearme. En España, la cuestión flota en el ambiente político. Pedro Sánchez afirma, apoyándose en datos probados, que en los últimos años sus gobiernos han incrementado el gasto militar y promete seguir haciéndolo en la medida exigida por la OTAN. Advierte, con razón, que para tener una buena defensa no basta con la compra masiva de armamento, aunque lo que intente así sea en realidad diluir el impacto que el simple rearme pueda tener en sectores afines de la opinión pública, especialmente sensibilizados con cualquier movimiento que evoque la guerra. No obstante, la última encuesta del CIS pone de manifiesto que una amplia mayoría de españoles ve a Europa mal equipada para responder a una agresión y es partidaria de aumentar su capacidad defensiva y formar un ejército europeo.
Sin embargo, los partidos no acaban de concretar. En el debate del Congreso, el PP pidió más información y puso varias condiciones para un acuerdo con el Ejecutivo, que a buen seguro no serán aceptadas por Pedro Sánchez. Los aliados parlamentarios del Gobierno y el socio minoritario de la coalición expusieron planteamientos generales, casi todos discrepantes con los del PSOE, pero por el momento permanecen a la espera para adoptar una posición firme.
Todo está en el aire, pero los hechos se precipitan a una velocidad que produce vértigo. Europa ha sido abandonada a su suerte por el gobierno americano y queda expuesta ante las ambiciones de Putin y del mismo Trump. Su fortaleza se ha vuelto vulnerable de repente y ha decidido hacerse con armas para defenderse, en ningún caso para atacar. El mundo se ha agitado y la política nacional de cada uno de los grandes países de la Unión Europea está adaptando los objetivos, las estrategias y las formas. Pedro Sánchez se encuentra en la tesitura de conjugar la estabilidad del gobierno con un mayor arsenal de armas sin reducir la agenda social. Para él, es un «más difícil todavía».
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