Opinión | Editorial

El Plan Xeral es el inicio de un nuevo Vigo, no el destino

Estado de las obras en los terrenos donde se levantará el nuevo Barrio do Cura, una gran obra en el corazón de Vigo.

Estado de las obras en los terrenos donde se levantará el nuevo Barrio do Cura, una gran obra en el corazón de Vigo. / Marta G. Brea

En unos días la corporación municipal aprobará de forma definitiva el Plan Xeral de Ordenación Municipal de Vigo. Será el último paso de un proceso que arrancó hace más de un lustro después de décadas de inestabilidad urbanística, cuando no precariedad o inseguridad. La derogación por parte del Tribunal Supremo del Plan Xeral de 2008, por no contar con el informe preceptivo de impacto ambiental de la Xunta, fue un formidable varapalo para una ciudad en expansión. Su impacto económico, jurídico, urbanístico y social es todavía hoy difícil de calcular. Pero el freno que supuso para las aspiraciones y los proyectos estratégicos ha sido palmario.

Ahora, con el visto bueno al nuevo documento, por fin se ve la luz al final del túnel. Más todavía cuando la vivienda, su alarmante escasez, es la máxima preocupación ciudadana, en especial entre los más jóvenes. Un estado de bienestar sin una vivienda digna y asequible, ya sea en régimen de propiedad o alquiler, es un modelo cojo, si no fallido. Un modelo que provoca frustración y agrava las desigualdades sociales, al partir la sociedad entre aquellos que son poseedores de un techo y aquellos otros que permanecen excluidos. El derecho a la vivienda no es un lujo, sino un mandato constitucional.

El nuevo Plan Xeral arrancará con la misión de subsanar las notables carencias existentes y con el objetivo de ordenar y planificar la ciudad de las próximas décadas. Debe modular su desarrollo, darle sentido con una visión estratégica. No se trata solo de corregir las urgencias, sino de adelantarse a las necesidades futuras. Anticiparse a lo que está por venir, creando las condiciones necesarias para huir de improvisaciones y parches, que tanto daño han hecho al dearrollo de toda el área metropolitana. Es, en este sentido, un instrumento capital. Una ciudad sin una hoja de ruta clara está condenada al caos y a la frustración. A la parálisis, incluso al declive. En este sentido, Vigo ha perdido demasiado tiempo enredada en una maraña de errores, desastres y ocurrencias. Esta red le ha impedido crecer y desarrollarse más y mejor.

El nuevo Plan Xeral nace en un contexto de estabilidad política local y crecimiento económico sostenido. Son dos buenas palancas para acompañar al flamante documento. Su alumbramiento ha provocado la euforia de sus promotores políticos. El alcalde Abel Caballero se ha puesto el frente de ese entusiasmo: «Es el mejor Plan Xeral que ha tenido Vigo en su historia. Un plan para hacer zonas verdes, ámbitos dotacionales, campos de fútbol, pabellones deportivos, espacios culturales... Todo lo que siempre quisimos y, sobre todo, viviendas a precio asequible de alquiler y en propiedad, por tanto, la especulación, definitivamente, desterrada de Vigo», ha asegurado.

La simple enumeración de los desafíos da una muestra cabal del listón tan elevado que debe superar el documento urbanístico. Está bien que el optimismo cunda entre quienes han elaborado el PXOM, pero la experiencia nos ha enseñado que un Plan puede ayudar a resolver gran parte de los problemas que se ciernen sobre un territorio, pero no es una receta milagrosa que, como por arte de magia, hará desaparecer todos los desequilibrios, algunos endémicos, que padece un municipio.

«Con el visto bueno al nuevo documento, por fin se ve la luz al final del túnel. Más todavía cuando la vivienda, su alarmante escasez, es la máxima preocupación ciudadana, en especial entre los más jóvenes»

El PXOM definirá el marco de actuación, marcará las reglas del juego, explicitará qué se puede hacer y qué no, en dónde se puede y debe actuar y en dónde no, impulsará actuaciones estratégicas, velará por el bienestar ciudadano con la reserva o el impulso de espacios de uso público y la creación de viviendas, fortalecerá la sostenibilidad y la eficiencia—un elemento clave—, dibujará nuevas conexiones y servicios de transporte públicos, alimentará la actividad económica privada vinculada al urbanismo y a la actividad empresarial e industrial, concretará las líneas rojas que no se deben traspasar y, en consecuencia, proporcionará un blindaje jurídico. Y lo debe hacer con la vista puesta no en el cortoplacismo, sino en la media distancia. Con el concepto de armonización y convivencia de intereses públicos y privados en el frontispicio de su ideario. No es, como se ve, poca cosa.

Sin embargo, cuando se habla de un Plan Xeral suele producirse una equivocada y simplista identificación con las ideas de expansión y crecimiento, de extender el ladrillo, aunque sea ordenado. La voracidad (depredación) urbanística es tan peligrosa como la parálisis. Una ciudad puede y debe crecer hace afuera, pero también tiene la obligación de hacerlo hacia adentro, de forma armónica. Recuperando los espacios degradados. Rehabilitando áreas en su día prósperas y hoy víctimas del deterioro y el abandono. Reconquistando barrios. Densificando espacios. Mirando al futuro, pero sin desdeñar lo mejor de nuestro pasado, el conjunto de valores que forjan nuestra identidad. Por desgracia algunos errores son a estas alturas insubsanables —un precio que llevamos décadas pagando—, lo sabemos, pero no son tiempos para el derrotismo, para lamernos las heridas por lo perdido, sino de la ilusión y la esperanza con la vista puesta en lo que todavía se puede salvar.

El Plan Xeral no debe ser tampoco un documento sagrado, cerrado a cal y canto, intocable, sino un marco que necesariamente tendrá que evolucionar con la marcha de la sociedad. Porque es imposible prever con una certeza del cien por ciento el devenir. Para eso están previstas las modificaciones puntuales, que utilizadas de forma sensata y rigurosa -y no discrecional y recurrente— pueden contribuir a mejorar el estado de las cosas. El Plan tiene la obligación moral de ser ambicioso, pero también sensato y realista. De ser relisiente.

Como ya advertimos en este mismo espacio editorial en julio de 2023, la aprobación del Plan Xeral no es el fin del camino, sino un punto de partida imprescindible para hacer las cosas bien. Por eso es más que nunca necesario dotarlo de recursos, principalmente humanos y técnicos, que permitan implementarlo. Y también talento e ideas claras. Es una queja generalizada –como puede atestiguar cualquier particular o empresa que está aguardando por una licencia– que el departamento de Urbanismo de Vigo precisa de refuerzos. Está lejos de la diligencia y la premura que demandan los tiempos de digitalización y necesidades en tiempo real. Las demoras son, con demasiada frecuencia, insoportables. Lastran proyectos vitales y ocasionan perjuicios económicos. Dañan la competitividad. Producen incertidumbre, malestar y frustración. Un Plan sin los medios adecuados y proporcionales a los desafíos que afronta correría el riesgo de convertirse en papel mojado. En un formidable tapón en el que se atascarán ilusiones, iniciativas y proyectos. Vidas.

Vigo inicia en 2025 una nueva página de su historia con la aprobación del Plan Xeral de Ordenación Municipal. Deseamos que sea el principio de una brillante etapa de crecimiento y prosperidad. De progreso y bienestar. Que este ansiado documento urbanístico se convierta en los sólidos cimientos sobre los que edificar una ciudad moderna y ejemplar. Una ciudad digna del siglo XXI. La que los vigueses y todos los vecinos del área metropolitana se merecen.

Tracking Pixel Contents