Opinión | El correo americano

Un problema de definición

Cuando el Senado confirmó el nombramiento de Robert F. Kennedy como secretario de Salud, el comentarista conservador Mark Levin, admirador de Trump, se apresuró a celebrar la noticia añadiendo también una advertencia: “Felicidades, pero mantén tus manos alejadas de mi Big Mac y mi Coca-Cola Light”. En esta reacción se puede observar lo que subyace bajo la cáscara de la nueva derecha reaccionaria. Puedes atacar a las corporaciones que quieras, puedes amenazar con desintegrar todo el sistema, mientras eso no interfiera en mis placeres personales, lo que ellos llaman libertad individual. Puedes decir que vas a convertir a Estados Unidos en un país más saludable, que vas a cuestionar el uso de las vacunas, que vas a revisar los planes de asistencia sanitaria financiados por el Gobierno Federal, siempre y cuando no te entrometas en los asuntos de las empresas que a mí me interesan.

A veces, la obsesión con buscarle una definición a esta Administración (¿estamos ante un nuevo fascismo?) hace que se obvie lo evidente: no es necesario citar a Hitler para señalar los disparates que comete el Gobierno ni advertir sobre el daño irreparable que este puede provocar. Es cierto que los paralelismos históricos que, desde hace tiempo, la revista The Atlantic lleva exponiendo en algunos artículos son preocupantes (el modo en que las clases dirigentes claudicaron ante el dictador alemán, por ejemplo), pero, además de haber resultado políticamente ineficaces (solo hace falta recordar los resultados de las pasadas elecciones), tampoco nos proporcionan, al final, un diagnóstico exacto. ¿Y si estamos ante otro tipo de movimiento, quizás no ideológicamente similar, pero igualmente destructivo? ¿Y si esto no es fascismo, pero genera unos efectos similares en la población? ¿Y si, a la larga, desemboca en algo peor?

Los rituales, por ejemplo, no tienen por qué ser idénticos. De ahí que el empeño de interpretar el gesto de Elon Musk como un saludo nazi tampoco resulte de mucha utilidad. Lo que realmente inquieta es cómo se expresa este hombre, las cosas que dice, lo que pretende hacer no solo en Estados Unidos sino en el mundo, el poder descomunal que el presidente parece haberle concedido. Llevamos un tiempo instalados en una especie de limbo ideológico. Todavía no sabemos ponerle nombre a todo esto. Por un lado, se abusa tanto de la palabra fascismo que se acaba vaciando su significado. Si todo es fascismo, nada lo es. Por otro, se minusvalora la retórica xenófoba y el lenguaje belicoso. Para algunos, desafiar a la izquierda, sea cual sea el discurso de odio empleado para ello, es, por sí solo, una postura que lo justifica todo, pues representa el despertar de muchos ciudadanos bienintencionados que tan solo aspiran a reducir el crimen en sus barrios y aumentar la seguridad en sus fronteras.

Sin embargo, es precisamente en esta tierra de nadie donde mejor se mueven los fanáticos. Trump no tiene un programa consistente (una prueba de ello es el enfrentamiento que mantienen Steve Bannon y Elon Musk). No es un dogmático, como lo son muchos de los que lo auparon. He aquí una gran diferencia con los tiranos de principios del siglo XX. Se ha argumentado que sin Trump no hay trumpismo. Que sin el carisma del líder todo se viene abajo. Y es verdad que J.D. Vance o Vivek Ramaswamy no poseen sus cualidades como para congregar a semejante coalición. Pero el auténtico legado del magnate no son sus delfines políticos, sino sus votantes. Muchos relativizan hoy lo que no relativizaban hace años. Muchos han ido normalizando unos comportamientos y unas declaraciones que antes hacían sonar todas las alarmas. Es este el escenario propicio para que emerjan en él los verdaderos iluminados. El movimiento político al cual nos referimos cuando hablamos de fascismo, si finalmente florece, se detectará demasiado tarde. En el futuro quedará mucho más claro cuál era la ideología de las personas que permitieron que tal cosa sucediera, incluida la del comentarista influyente que, ante un acontecimiento crucial para la salud de los ciudadanos, solo parece preocuparle su menú favorito del McDonalds.

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