Opinión
¿Hasta dónde llegará la inteligencia artificial?
La ola de inteligencia artificial (IA) no frena y el sector avanza a la velocidad del rayo, aunque surja la duda de una inteligencia política superior que regule su autonomía y vías de investigación. Tras la reciente reunión de la Cumbre mundial sobre la IA celebrada en París, se percibe que vivimos en la era del poder impulsado por la rentabilidad de estas industrias y mantenidas por la mayoría de los líderes políticos. Los avances se suceden a gran velocidad cuyo mayor recorrido es el geoestratégico, en detrimento de la investigación académica –por ejemplo– que no puede secundar las inversiones ni los desafíos impulsados por poderosos actores económicos.
En esta Cumbre de nuevo se anteponen las políticas de rentabilidad sobre las tecnologías, lo que no supone la solución a problemas que en realidad son sistémicos en cada país, además del peligro que representa la ciencia en medio de las tensiones geopolíticas. Algunos expertos ya se preguntan cuánto tiempo durarán todos estos avances de la IA, que ya nos conducen por extrapolación a sistemas de mayor inteligencia defensiva-ofensiva o requerirán nuevas innovaciones cara a futuras aplicaciones finales. A estas alturas no es de extrañar que la IA nos recuerde al Salvaje Oeste, cuya falta de regulación nos precipite en el fundamentalismo de frenar su investigación o su aplicación pacífica.
En las reuniones de París ya se han revelado públicamente los acercamientos entre los principales actores “tecnológicos” y las esferas estatales en cuestiones estratégicas de defensa. El sector que está experimentando una aceleración sin precedentes es el uso de la IA con fines militares; incluso las operaciones militares de las empresas del sector de la defensa, incluyen y comprometen cada vez más los datos civiles y los servicios de almacenamientos tecnológicos. Hasta los gigantes digitales deciden cambiar sus raíces en materia de IA, alineándose a los principios estratégicos del derecho internacional y posibilitando —con mucha discreción— sus tecnologías de inteligencia artificial al servicio de las armas.
Mucho me temo que las conclusiones de esta Cumbre mundial sobre IA representen un desafío de paz en un mundo fragmentado, en un momento en que Estados Unidos quiere superar a China en esta tecnología a la vez que cuestiona cualquier norma europea. Además, como si de otro mundo se tratara, la reunión de París poco abordó sobre las cuestiones humanas, sociales y ambientales de estas nuevas tecnologías; únicamente el rápido desarrollo de la IA a través del prisma del crecimiento, el aumento de la productividad, junto con los beneficios económicos y estratégicos.
Menos mal que otros temas lúdicos nos deleitan el panorama, permitiendo que la “creatividad sea artificial”, como la recombinación de textos ya disponibles para crear una máquina de escribir, capaz de proporcionar lectura casi doscientos millones de años leyendo veinticuatro horas al día.
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