Opinión
Interrogantes sobre Vox
Coge fuerza en Europa, podría decirse que por todas partes, una tendencia política contraria a la globalización, al proceso de integración de la Unión Europea y a la inmigración indiscriminada. Denuncia la amenaza que suponen ciertos postulados ideológicos, las políticas paternalistas de los gobiernos de izquierda y la burocracia para la libertad de los individuos y de los pueblos. Los partidos que la conforman, calificados por unos de nacionalpopulistas y encasillados por otros en la extrema derecha, la derecha radical e incluso en el fascismo, abogan por la libertad, la soberanía plena de los estados y un rechazo selectivo de los inmigrantes. Reciben un apoyo electoral creciente, gobiernan coaligados en varios países y con la suma de los diputados de varios grupos, más o menos afines, constituyen una de las agrupaciones políticas mayoritarias del Parlamento Europeo, en competencia con la socialdemocracia.
La victoria de Trump en las presidenciales de Estados Unidos ha dado un gran impulso a estos partidos, como se ha podido comprobar con la reunión de Patriotas celebrada en Madrid, en la que han participado sus principales líderes, Orban, Le Pen y Wilders. En el discurso que clausuró la cita, Santiago Abascal, visiblemente satisfecho con el encuentro, dijo que estaba dispuesto a dar la batalla a los enemigos, propuso levantar un muro para frenar el despliegue en suelo europeo del islam y, complacido por una alusión del presidente húngaro a nuestra historia, llamó a una nueva reconquista en defensa de la libertad y la civilización occidental. Empleando un lenguaje cargado de connotaciones bélicas, se refirió a Trump como «compañero de lucha».
De puertas hacia fuera, la asamblea de la derecha radical ha permitido constatar su voluntad de imponerse en la política mundial, pero no ha despejado las dudas que suscita. La primera de todas es en relación con la democracia. El mensaje que emite pone énfasis en la libertad, pero dedica escasa atención a los problemas que afectan a las democracias. Orban aboga por un modelo de democracia distinto al liberal y parlamentario que está vigente en Europa y Norteamérica desde la segunda guerra mundial. Sin embargo, la derecha que representa parece más proclive a un régimen de libertad limitada que, llegado el caso, prescinda de las instituciones democráticas. Sorprende que Abascal, que ha invocado tantas veces la Constitución y la democracia ante los atropellos del Gobierno español, no pronunciara siquiera la palabra.
«La asamblea de la derecha radical permite constatar su voluntad de imponerse en la política mundial, pero no despeja las dudas»
Y hablando del partido que lidera, aún está por aclarar el papel que pretende desempeñar en la política nacional. Las dimisiones y expulsiones que se han sucedido en los últimos días en varios lugares, unidas a las anteriores de algunos de sus fundadores y dirigentes, revelan que la evolución ideológica y estratégica de Vox está provocando tensiones internas.
Resulta evidente que el descontento con los partidos mayoritarios y el rendimiento de la democracia está contribuyendo al avance electoral de Vox, pero también se va poniendo de manifiesto, cada vez más, que el objetivo del partido ya no se reduce a escorar al PP a la derecha, prestándole apoyo para gobernar a cambio de unas contrapartidas, sino que consiste en polarizar y competir abiertamente por el poder. Vox ha alineado su posición con la derecha radical internacional que lo arropa, con ella se siente cómodo y disfruta de grandes expectativas, y en consecuencia actúa en la política española con mayor autonomía. Cuando se confunde al Partido Popular con Vox se comete un doble error, que la democracia española paga caro.
No obstante, queda aún por resolver una cuestión crucial para el futuro inmediato de la democracia. Me refiero a la relación establecida entre estos partidos y sus votantes. El voto que recogen es interpretado con frecuencia como una manifestación de protesta de electores frustrados, que los utilizan para expresar su disconformidad y enfado, dejándose llevar por una retórica demagógica, pero sin sentirse identificados de otro modo con ellos. Lo que resulta más inquietante es pensar que el voto a partidos como Vox pudiera ser un reflejo de la desafección de muchos españoles hacia la democracia. En ambos supuestos, procede a continuación preguntar por el destino que los partidos de la familia de Vox darán al voto obtenido, tanto si gobiernan como si ejercen de oposición. El éxito de Podemos fue efímero, en parte, porque decepcionó a sus electores con la misma rapidez con que había sido capaz de catalizar el malestar general y el hartazgo de los ciudadanos. Pero Vox ha renunciado antes a los gobiernos autonómicos que compartía con el PP para perseguir metas más ambiciosas. Aunque su trayectoria electoral es oscilante, las encuestas lo sitúan escalando por encima del 15%. España tampoco es ya una excepción para la derecha radical europea.
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