Opinión

El secreto de vivir alguna verdad

Todos parecen estar en el secreto y por lo mismo, concluyo, lo reservado y oculto ha de estar necesariamente fragmentado. Las masas no son un cofre para los enigmas, estos dejan de serlo al perder su condición limitada, cauta cuando más de dos los conocen.

Puede que cada uno, sin saberlo, domine una fracción ilusoria de un todo seccionado. Pero finalmente, por despiste o presunción, las piezas acaban encajando y dibujando un rumor, antesala de toda noticia, por falsa que esta resulte.

Quizás estemos ante el verdadero misterio que ha permitido crear una cultura del enigma inexistente, una tradición que nos une en un sigilo aparente y nos confunde y enreda digitalmente en la ignorancia.

Cuando algún nuevo embajador o nuncio se incorporaba al Vaticano, se dice que la primera discreta pregunta a la que era sometido rezaba: «¿Participa usted del misterio o prefiere la ignorancia?». Y, claro, salir del apuro suponía en sí mismo la evidencia de la credulidad o no del insigne interrogado, obligado a continuar un juego secular, sin posible respuesta sensata aparente fuera de la ambigüedad que preserva el estatus.

El misterio asegura su propia persistencia, semeja ser como una paradoja, como la solución a un problema cuya solución es carecer de la misma. Un perverso enredo que hace pervivir la esperanza en lo inalcanzable. Puede conocerse la trayectoria y el recorrido de la flecha, intuirse, pero poco importará si no se alcanza o no se entiende el objetivo, el significado final de la acción que produjo el artefacto, el propio arma.

El mundo se ha llenado de enigmas, de liderazgos sin horizontes claros, sin objetivos basados en el bien común que propicien eso que los filósofos definieron como felicidad personal, social, política, común, como bienestar. Los líderes (?) siquiera se conforman con encabezar las listas de multimillonarios con la acumulación de cantidades tan ingentes de dinero que resultan insultantes solo con pronunciarlas, no les alcanza con conquistar la tierra sino que quieren alcanzar antes que nadie otros planetas, disfrutan de yates que no caben en los mares, y de aviones tan superrápidos que no suelen llegar a más parte que a la propia idiocia de ganar las estadísticas de velocidad supersónica y contaminante. Juegan a decir una ocurrencia tras otra sobre estilos, modas, tendencias, o cualquier ocurrencia. Y, a veces, incluso participan en galas benéficas en las que se recauda menos que lo que cuesta uno de sus deslumbrantes relojes o anillos exhibido en la alfombra roja patrocinada. Con eso lavan sus conciencias, o eso dicen. Y lo malo que quienes pagamos sus desmanes, sus autopremios, somos el resto de los humanos, los que admiramos absortos esas casas, palacios y egos muy poco disfrutadas.

El misterio perdura o deja de serlo. La ambición no conoce límites. Es mejor saber que aparentar, disfrutar que ostentar. Y saber que no todas las preguntas tienen una respuesta, siquiera las que a algunos les permitiría matarse por ser inmortales. El papel couché no admite esquelas, mas soporta mentiras que semejan ser vidas más muertas que las de Gaza o Ucrania.

Disfruten sus pequeñas cosas, en ellas hallarán más verdad que en los enredos banales. Y hagan aviones de papel o barcos de charcos con los que ilusionar a un niño condenado a vivir un mundo de ficciones reales.

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