Opinión | Más allá del gueto cronológico | Reflexiones de un viejo outsider
Marquesinas
Los espacios naturales que en la era pre-smartphone suponían lugares singulares para establecer relaciones interpersonales han entrado en crisis. Esto, que en principio puede parecer nimio y sin importancia, no lo es. Antes, la marquesina, eso que la RAE señala como: «construcción protegida por los lados y cubierta, destinada, en las paradas de transportes públicos, a guardar del sol y la lluvia a quienes esperan», tenía una doble función: la de protección climatológica, cosa que sigue cumpliendo y, la más importante que se ha perdido, la conversación y la interacción social.
La marquesina del bus, del embarcadero, del apeadero del tren..., son lugares idóneos para conocer gente y establecer relaciones de amistad, porque en estas infraestructuras se juntan personas de diferentes edades a la espera de su medio de transporte. Ese momento se convertía en un aliado para la conversación. Sí, he empleado el tiempo verbal en pasado porque ahora, los usuarios que esperan bajo estos artilugios ya no interaccionan. Permanecen quietos con las cabezas bajas, dirigidas a sus terminales, mientras transitan por un mundo virtual alejado de ese espacio físico en el que se encuentran. La conversación ha mudado por la introspección e ignoran al ser humano que tienen a su lado.
Sucede lo mismo en todos los lugares en los que antes, la espera obligada jugaba un papel importante de socialización. Por ejemplo, en el NY de los años noventa me acuerdo que, cuando iba a la lavandería, como las máquinas tienen un ciclo temporal más o menos largo, las personas que esperaban sentadas a que finalizara la colada y que posteriormente procedían en las mesas corridas a doblar sus prendas, interaccionaban entre ellas estableciendo relaciones conversacionales. Hoy, esto es un espejismo. Todos tienen su mirada clavada en el móvil o en la tablet.
Llevo varios años trabajando en una tesis doctoral sobre el hábitat y la intergeneracionalidad en el escenario de la longevidad, con un enfoque multidisciplinar que abarca la filosofía, la antropología, la comunicación y el urbanismo y, en una de las últimas lecturas, he contactado con un trabajo muy interesante y conciso de Erick Kinemberg titulado Palacios del Pueblo, en el que el autor desarrolla el concepto de «infraestructura social» que, como bien señala no es equivalente al de «capital social», pues si bien este último «suele emplearse para medir las relaciones y las redes interpersonales», el término «infraestructura social» hace referencia a «las condiciones físicas que determinan el desarrollo del capital social».
Las marquesinas, aunque parecen algo muy simple, forman parte de esa infraestructura social y tienen, o tenían el cometido, tal y como hemos comentado, de asegurar el resguardo de las inclemencias del tiempo, pero también el de propiciar «interacciones locales cara a cara», debido a que tal como señala Kinemberg: «es inevitable que las relaciones prosperen cuando las personas tienen un trato prolongado y recurrente». Esto sucedía antes de la era smartphone con los vecinos del barrio que visitaban todos los días a la misma hora el apeadero para pillar su medio de transporte, pero en la actualidad, por obra y gracia de estar interconectados, esa comunicación bis a bis ha pasado a mejor vida.
Llegados a este punto se hace complicado adivinar cuál puede ser la fórmula para hacer cool la comunicación en vivo y en directo, de modo que en algunos momentos nos podamos retrotraer a los usos y costumbres conversacionales y de interacción social del pasado y así poder entablar un diálogo con las personas que están a nuestro lado, porque si bien las infraestructuras sociales, como sucede con las marquesinas son muy importantes para el establecimiento de la comunicación de forma natural y sin mediaciones, no son la panacea, ya que como decía aquel viejo aforismo: «puedes llevar el caballo al abrevadero, pero no puedes beber por él».
En definitiva, urge construir un relato realista de modo que, aún utilizando de forma complementaria nuestros móviles, pues tienen un valor comunicacional indiscutible, nos podamos retrotraer de vez en cuando a la era de la pre-telefonía móvil y esto nos conmine a contactar con nuestros semejantes de forma directa y sin intermediación tecnológica de ningún tipo, simplemente sentado en la marquesina o como Otis Reding, en el muelle de la bahía: «Sittin in the morning sun, I’ll be sittin when evening come...»
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