Opinión

El chantaje de Ryanair

Avión de la aerolínea Ryanair procedente de Londres en el aeropuerto de Peinador, en Vigo.

Avión de la aerolínea Ryanair procedente de Londres en el aeropuerto de Peinador, en Vigo. / Pablo Hernández Gamarra

Digo yo que alguien tendrá que pararle los pies a Ryanair algún día, ¿no? ¿Que Aena no me baja las tasas aeroportuarias? Pues recorto rutas y frecuencias en todas las terminales menos rentables, aunque reciba ayudas (incluida Peinador). ¿Que Consumo me sanciona por cobrar por el equipaje de mano al que tienen derecho todos los pasajeros? Pues llamo «loco comunista» al ministro Pablo Bustinduy y, acto seguido, amenazo al Gobierno con una subida generalizada del precio de los billetes como represalia. Y así, año tras año, seguimos aguantando las bravuconadas de la low-cost irlandesa, que, por otro lado, es la aerolínea que más pasajeros mueve en España, por encima de Iberia. Todo con el inconfundible sello de su CEO, Michael O’Leary, ese que se disfrazaba de Papá Noel, de torero o incluso de vampiro, simulando chuparle la sangre a Iberia.

A Iberia no sé, pero a las administraciones, segurísimo. Y cuando la sangre se agota, llega el chantaje: o me das más, o me voy (iba a poner «me piro, vampiro», pero luego me llaman viejuno). De sus amenazas no se libra nadie: ni Aena, ni la CNMC, ni Bustinduy, ni el locuaz Óscar Puente, que hace unos días contraatacó criticando el «tono insolente» de la compañía y recordándole que la política de transporte la define el Gobierno. ¡Bien dicho, ministro! Aunque no tengo tan claro que sea así, sobre todo con una aerolínea que mueve más de 50 millones de pasajeros al año en España, lo que le otorga una clara posición de dominio de mercado y, con ella, una capacidad de presión con la que mercadea como nadie en todos los niveles de la administración.

Peinador también sufre este chantaje. Ryanair opera a mercado, es decir, sin ayudas, en la ruta a Barcelona, y dopada, o sea, con subvención, en la conexión a Stansted-Londres. En la ruta catalana, la compañía acaba de reducir sus frecuencias a la mínima expresión, y ya solo hay billetes disponibles hasta finales de marzo. Así que el puente aéreo Vigo-Barcelona quedará en mínimos... si es que todavía puede llamarse así. La terminal olívica es una de las damnificadas por el pulso de la low-cost con Aena a cuenta de las tasas aeroportuarias.

En cuanto a la conexión con Londres, el Concello acaba de multar a la aerolínea con 14.100 euros por cancelar 16 frecuencias el pasado verano, incumpliendo los términos del concurso público de patrocinio que ganó en 2023. Conociendo el modus operandi de Ryanair, poco futuro le auguro a este vuelo, clave para el tráfico del aeródromo vigués y el único que cuenta con ayudas públicas.

Pero está bien, es un aviso: no todo vale. La relación entre el Concello y la compañía empezó a deteriorarse en 2018, cuando la aerolínea exigió una subvención tres veces mayor que la que recibía para operar vuelos a Bolonia, Milán-Malpensa, Dublín, Edimburgo y Barcelona (casi 4,5 millones de euros). Como siempre, Ryanair no cedió, hizo las maletas y se fue en 2019... para regresar por sorpresa y sin ayudas en 2021 con la ruta a Barcelona, y dos años después, ya con incentivos, con el enlace a Stansted.

¿Qué pasará esta vez? Mucho me temo que Ryanair volverá a levantar el vuelo y nos dirá «bye, bye», como la última vez. Y quizás sea lo mejor.

El Concello, si tiene intención de seguir financiando vuelos (que espero que sí, porque Peinador no puede competir solo a precios de mercado), debería apostar por aerolíneas que no recurran al chantaje a la mínima de cambio y que cumplan sus compromisos. Está visto que apostar por el low-cost, al final, sale caro. Y otras administraciones deberían arrimar el hombro, porque, que yo sepa, Peinador sigue siendo el aeropuerto de referencia para el sur de Galicia, no solo para los vigueses, que son los únicos que siguen pagando con sus impuestos las ayudas para todos.

Las diputaciones de Pontevedra y Ourense, ¿tienen algo que decir? ¿Y la Xunta? Espero que no haga falta vestirme de Papá Noel, de torero o de vampiro para que se lo piensen. Aunque... estaría dispuesto. A O’Leary le funciona.

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