Opinión | Crónicas galantes
Un emperador de película
Fiel a sus raíces americanas, tan cinematográficas, el reestreno del emperador Donald Trump en el cargo está siendo ante todo una película. O más bien un remix de las grandes superproducciones de Hollywood.
El papel protagonista le corresponde, lógicamente, a Trump, que es todo un actor de carácter, aunque no en el sentido tradicional de la expresión. El nuevo jefe del imperio pone gestos de Moisés de la Metro Goldwyn Mayer y mejora mucho «Los Diez Mandamientos». En lugar de diez, lo suyo son cuarenta o cincuenta decretos en un solo día; y eso sin necesidad de subir al monte Sinaí para inspirarse.
Luego está el coprotagonista y productor del filme, Elon Musk, que levanta el brazo con energía como si estuviese interpretando una de romanos o tal vez una de nazis, que eso no ha quedado claro. Son, en todo caso, dos géneros muy cultivados allá en el rancho grande. Hasta puede que Musk esté haciendo el papel de Marco Antonio y el de Hitler en una sola escena.
El resto del elenco actoral no desmerece a los chicos de la película. Figuran en el reparto todos los émulos del famoso Tío Gilito que acaparan un buen pellizco de la riqueza mundial. El antes citado Musk, por ejemplo; y los dueños de Amazon, Facebook, WhatsApp, Instagram, Apple o Google, entre otros potentados de alcance mundial. La suma de sus fortunas asciende a un billón trescientos mil millones de euros, que es casi tanto como el PIB anual de España.
Todos ellos esperan tener un papel importante en la película que se acaba de estrenar. Algunos gastaban fama de liberales, que es como se llama a los progresistas en Estados Unidos; pero todo indica que se han adaptado perfectamente a un guion que, en principio, parecía tener poco que ver con sus convicciones.
Lógicamente, los escenarios no pueden ser más hollywoodienses, aunque se trate de emplazamientos reales. En este caso ha ayudado mucho la arquitectura neoclásica que patrocinaron los padres fundadores de Estados Unidos, como si adivinasen que estaban creando un imperio.
Baste ver ese Capitolio lleno de columnas corintias en las que tanto abundan los edificios del poder de Washington. La nueva Roma pasada por Hollywood se reconoce incluso en su arquitectura oficial.
Faltó si acaso algún recuerdo a John Wayne, prototipo del americano conservador. Quizá les pareciese demasiado liberal a los guionistas de este imperial estreno, más inspirado en las pelis de romanos que en las de cowboys.
Las de vaqueros eran más bien la especialidad de Ronald Reagan, actor que Hollywood aportó a la presidencia de los Estados Unidos. Lógicamente, ideó una guerra de las galaxias en su combate con la URSS, adelantándose a la película de ese título.
Reagan gastaba fama de tipo duro, aunque en general presentase al público un rostro afable. Nada que ver con el Moisés tronitonante que ha conseguido estrenar la segunda parte de su película con gran éxito electoral de público. Que aquel emperador vaquero nos parezca a muchos europeos un moderadísimo sujeto al lado de Trump da una idea de lo emocionante que puede ser el último estreno en Washington. A ver si al final va a ser una de Hitchcock.
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