Opinión

El grito de Lucía

Lucía Soliño, madre de una niña ingresada en la unidad de Salud Mental Infanto Juvenil del Hospital Álvaro Cunqueiro.

Lucía Soliño, madre de una niña ingresada en la unidad de Salud Mental Infanto Juvenil del Hospital Álvaro Cunqueiro. / Pablo Hernández Gamarra

Escalofriante el relato de Lucía Soliño, madre de una adolescente de 16 años con un cuadro de depresión persistente que la «invalida totalmente» y quiere poner fin a su vida, a su sufrimiento, como sea. Nuestra compañera Ana Blasco, con la sensibilidad, experiencia y tacto que la caracterizan, cuenta como nadie el calvario de esta madre que solo pide más medios humanos para evitar que su hija se fugue de la Unidad de Salud Mental Infanto-Juvenil del Álvaro Cunqueiro en la que está ingresada desde febrero —el pasado fin de semana lo intentó dos veces, por suerte, sin éxito— y se suicide. «Vivo con la angustia de si lo va a conseguir». Estremecedor.

No hace falta tener hijos para ponerse en la piel de Lucía e imaginar la impotencia y la aflicción con las que tiene que (mal)vivir su familia —la niña no ve a sus hermanos desde septiembre—. Tampoco es difícil comprender la presión a la que están sometidos los profesionales sanitarios de la Unidad de Salud Infanto-Juvenil de Beade: enfermeras, técnicas en cuidados auxiliares de enfermería, médicos… incapaces de aplacar el sufrimiento y la desesperación de una adolescente que no quiere seguir viviendo, y lastrados por una patología crónica —aquí echo mano de su propia jerga— que afecta a todos los niveles de la atención sanitaria: la falta de medios humanos. No hay personal para las urgencias, que en esta época del año acumulan horas de espera; tampoco para los centros de salud, donde conseguir una cita a tiempo es una misión casi imposible, ni para atender a los pacientes más vulnerables, como los de salud mental. Sobre todo si estamos hablando de menores de edad, como la hija de Lucía.

El área sanitaria de Vigo —espero que debido a su gran volumen de población— concentra el mayor número de suicidios de la comunidad, con 69 casos consumados en 2023, según las estadísticas del Instituto de Medicina Legal de Galicia (Imelga). Una plaga que se está cebando sobre todo con la población adolescente, cada vez con más casos de «suicidios por impulso», es decir, sin señales previas de alarma o tristeza. Ocurren sin más. No me quiero imaginar el sentimiento de culpa de los padres. Sin embargo, seguimos arrastrando un tabú que nos impide abordar esta realidad con la seriedad que exige. Por muy necesarias que sean, las campañas de concienciación no pueden sustituir la falta de psicólogos, psiquiatras, enfermeras o auxiliares. La salud mental no puede seguir siendo el pariente pobre del sistema sanitario, relegada a las tareas «pendientes» de la administración.

La falta de personal no es solo un problema técnico o administrativo: es una tragedia humana. Porque no hay psicólogos ni psiquiatras en paro. Tal es la demanda. Las listas de contratación están a cero. Y hasta que no se destinen los recursos necesarios a quienes más los necesitan, el sistema seguirá enfermo. El Gobierno tiene que ampliar el número de plazas de formación especializada en salud mental (de todas las especialidades médicas, ya puestos). Y el Sergas, contratar más personal de Enfermería. Es más que necesario. Solo espero que un grito desgarrador como el de Lucía remueva alguna conciencia y evite que su caso acabe engrosando la trágica estadística de la que nadie se hace responsable, y que, por desgracia, sigue creciendo cada año. Le deseo toda la suerte del mundo.

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