Opinión | Crónicas galantes

La botella vuelve a tener precio

Puesto a reinventar la pólvora, el Gobierno recuperará a partir del próximo año la ya olvidada costumbre de pagar un dinero a quienes devuelvan las botellas usadas, en vez de tirarlas. A esto se le llamaba «devolver el casco», según recordarán los lectores más veteranos y memoriosos.

La práctica fue habitual en España durante buena parte del pasado siglo. Ahora está volviendo a Europa, si bien con el más largo y prolijo nombre de Sistema de Devolución y Depósito de Residuos (SDDR, para abreviar). Cosas del ‘marketing’.

Consiste esta medida ecológica en dejar una seña de diez céntimos incorporada al precio del producto. que le será devuelta al consumidor una vez que retorne el envase. Si antes se aplicaba tan solo a las botellas de vidrio, la nueva normativa amplía el campo a las latas y a algunos recipientes de plástico.

Son solo diez céntimos, pero no conviene desdeñar el poder del dinero, por poco que sea. Cuando se le da valor monetario a algo, la gente suele reaccionar de manera muy positiva, lo que sin duda redundará en una mejora del medio ambiente.

Si algún desaprensivo insiste en arrojar botellas o latas al suelo, no faltará quien las recoja de inmediato para cobrar la prima de diez céntimos por envase. Esa ha de ser la mejor garantía de que las calles queden limpias de residuos contaminantes.

No hay como introducir el estímulo económico para que las cosas funcionen mejor. El no siempre bien comprendido Adam Smith sostenía precisamente en su tratado sobre la riqueza de las naciones que la gente no se mueve por los buenos sentimientos, sino por la codicia. Paradójicamente, sería el interés particular del individuo lo que favorecería el bien común.

«Si algún desaprensivo arroja botellas o latas al suelo, no faltará quien las recoja para cobrar la prima»

La devolución del casco, que ya ha alcanzado gran éxito en Alemania, podría ampliarse a otros ámbitos del comercio, mediante la venta de productos a granel.

Nada cuesta, pongamos por caso, instalar surtidores de aceite en las tiendas para que el cliente se sirva a su gusto en botellas o garrafones aportados por el propio consumidor. O por el supermercado, que cobraría una pequeña cantidad adicional a devolver cuanto le fuera retornado el envase. Otros graneles facilitarían, por supuesto, la reducción del número de bolsas de plástico que tanto daño hacen a los ecosistemas terrestres y, sobre todo, marinos.

Queda claro, en todo caso, que la contaminación ambiental no es culpa del ser humano —como a menudo se dice—, sino de los excesos de consumo propios de la vida moderna.

La pobreza fue muy útil en su día para la conservación del medio ambiente. Si ahora renunciásemos a la calefacción, al aire acondicionado y a las compras compulsivas, pocos dudarán de que se beneficiaría la calidad del aire y del agua. Pero igual hay quien no está por esa labor.

Mientras tanto, bueno es que España y la UE hayan llegado a la conclusión de que no es más ecologista el que más basura recoge, sino el que menos produce. Por antañona que parezca, la idea de devolver el casco a cambio de unos céntimos es de lo más acertada, dicho sea sin ironía alguna. Y es que incluso el espíritu ecologista necesita de estímulos —económicos— para manifestarse.

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