Opinión
No echemos las campanas al vuelo
Alegrémonos como los seres morales que somos de que se haya llegado a un acuerdo de alto el fuego entre Israel y Hamás en la franja de Gaza, pero no echemos las campanas al vuelo.
Porque el alto el fuego sólo significa que se pondrá fin al menos durante un tiempo a la carnicería del Ejército sionista, a sus asesinatos en masa, a las mutilaciones, a la destrucción de viviendas, hospitales y escuelas y de cualquier medio de vida de los gazatíes.
Pero Israel ha demostrado una y otra vez, y no sólo en Gaza sino también en el Líbano, donde ha seguido también bombardeando pese al alto el fuego con Hezbolá, lo que le importan las treguas y el derecho internacional.
Nadie puede estar seguro de que, una vez que entre en vigor la tregua acordada, no vaya a suceder lo mismo y con cualquier pretexto en Gaza.
Lo único que sabemos es que la amenaza del presidente electo Donald Trump con desatar “un infierno” en el caso de que no se llegase a un alto el fuego antes de su toma de posesión este 20 de enero ha surtido efecto.
El republicano ha conseguido con su amenaza lo que Joe Biden no había querido o podido arrancar a Benjamín Netanyahu, demostrando así que no se dejará llevar por el primer ministro israelí con un anillo en la nariz como un oso.
Trump envió a las negociaciones en Qatar a su amigo y como él inversor inmobiliario judío Steve Witkoff, que insistió en entrevistarse con Netanyahu para que aceptara el acuerdo de alto el fuego el mismo shabbat pese a que el entorno del primer ministro le había pedido respetar, como judío, esa fiesta religiosa.
Al anunciar el acuerdo, Biden se vanaglorió absurdamente de que el texto fuese prácticamente el mismo que su Gobierno presentó el pasado mayo, pero que Israel rechazó entonces.
Con lo cual solo demostró una vez más su debilidad frente a Netanyahu y su complicidad con el genocidio sionista, al que su Gobierno ha contribuido constantemente con el envío de armas y municiones con las que seguir matando.
No es de extrañar que, a su vez, Trump se atribuyese todo el mérito por el alto el fuego acordado, calificándolo en un mensaje en su red social de “épico acuerdo”, que sólo había sido posible gracias a su “histórica victoria” electoral del pasado noviembre.
La aceptación de la tregua representa en cualquier caso una clara derrota para el Gobierno de Netanyahu, que no ha logrado su objetivo manifiesto de acabar totalmente con Hamás.
Como ha terminado reconociendo el propio secretario de Estado y sionista confeso Tony Blinken, Hamás ha logrado reclutar desde que empezó el conflicto a más militantes que los que Netanyahu dice haber eliminado.
Conviene en cualquier caso no engañarse: como tantos políticos demócratas y republicanos que han visto sus campañas electorales generosamente engrasadas por el lobby israelí de EE UU, el Gobierno de Donald Trump, trufado de sionistas, seguirá apoyando a Israel porque es su principal portaaviones en la región.
El de Netanyahu no oculta mientras tanto su intención de permitir la construcción acelerada de nuevas columnas judías en Cisjordania, en los altos del Golán sirios y demás territorio ilegalmente ocupado. Y el mundo seguirá aceptándolo.
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