Opinión | El correo americano
Gracias, David Lynch
En «Twin Peaks», el mayor Briggs se sienta con su hijo Bobby en la mesa de un dinner. Ambos mantienen una relación complicada. El padre, militar, es un hombre serio, contenido y más bien conservador; el hijo es un adolescente rebelde, impertinente y violento. Ese día, sin embargo, al mayor Briggs le gustaría compartir con su vástago una visión que tuvo mientras dormía. En ella regresó a su hogar de la infancia. La vivienda se conservaba tal y como la recordaba. Allí encontró a su hijo feliz y despreocupado, viviendo una vida de profunda harmonía. “En ese momento tú y yo éramos uno solo”. Bobby, que en unos pocos segundos pasa del pasotismo al enfado, del enfado a la curiosidad y de la curiosidad a la emoción desbordada, lo escucha con lágrimas en los ojos. Tras esa visión, Briggs le confiesa que se ha quedado con una sensación de confianza y optimismo en su futuro. Finalmente se despiden dándose la mano de una manera formal, aunque con una honestidad y un cariño que nunca se habían mostrado hasta entonces, y Bobby parece agradecerle a su padre ese gesto de acercamiento, de complicidad, de amor profundo y vulnerable.
Esta secuencia sintetiza muy bien el universo artístico de David Lynch. El encuentro entre estos dos personajes no se muestra de una manera narrativamente convencional. El discurso del mayor Briggs, además de tener un tono poético, es más complejo de lo que aparenta. La música de Angelo Badalamenti suena justo en el momento preciso en que el espectador comienza a sospechar que está a punto de presenciar un momento único. Es una composición suave, oportuna y, como exigen las convenciones del género, felizmente manipuladora. Con todos estos elementos, podría parecer una secuencia emotiva de cualquier otro melodrama que emerge tras el impacto de un crimen. Sin embargo, hay algo especial en ella. Los espectadores sabemos que estamos siendo arrastrados hacia un lugar extraño. Lo que vemos no es la típica reconciliación entre un padre y un hijo. Es la exaltación de esa posibilidad a través de un canal de comunicación que crea el director con su lenguaje, representada con tanto sentimiento, entrega y compromiso que hasta puede resultar paródico (y lo más probable es que, en manos de otro director, acabara resultando paródico). Pero, por supuesto, sucede todo lo contrario. De ahí nuestro goce. No solo nos emocionamos con lo que está pasando, sino que disfrutamos con el modo (libre, desacomplejado, elegante) en que nos lo están contando.
«Siempre se caracterizó por ser un cineasta de estilo muy particular y por tener la personalidad artística muy definida»
Lynch, que murió esta semana a los 78 años, siempre se caracterizó por ser un cineasta con un estilo muy particular y por poseer una personalidad artística muy definida (con él, al igual que con otros cineastas como Alfred Hitchcock o Howard Hawks, surgió un adjetivo: lyncheano). En muchas de sus obras se indaga en el territorio de los sueños y el subconsciente. Puede que su cine no convenza a todo el mundo (aunque difícilmente le pueden negar su talento), pero si te atrapa, te atrapa para siempre. Y, más allá de su enfoque experimental y su actitud contestataria frente a la industria, esto se debe, sobre todo, a su inocencia y sensibilidad. A pesar de todo lo que sus películas exponen, en ocasiones de una manera perturbadora (pensemos en esa aproximación al lado oscuro del mundo suburbano en «Terciopelo azul» o en ese Hollywood siniestro en «Mulholland Drive»), también se revela en ellas una ternura casi infantil, en el sentido más auténtico y valioso de la palabra. No importa que todo esto sea relatado en un contexto de sucesos inexplicables, asesinatos horrorosos y visiones oníricas.
Los personajes de David Lynch están llenos de verdad. Por eso volvemos a ver sus obras una y otra vez, esperando revivir de nuevo la experiencia, descubriendo más secretos e interpretaciones, sumergiéndonos en su mundo fascinante de conejos, cafés y tartas de cerezas. Se fue un artista independiente que hizo que muchos nos sintiéramos acompañados en esa comunidad que ahora llora su pérdida. Gracias, David Lynch.
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