Opinión
Venezuela, farsa y tragedia
Escribió Marx en frase famosa, completando otra de Hegel, a propósito del 18 Brumario de Napoleón Bonaparte, que «la historia se repite dos veces, la primera como tragedia; la segunda, como farsa».
En el caso de Venezuela, farsa y tragedia se combinan: como dice con ironía un buen amigo aficionado a los juegos de palabras que firma con el seudónimo de Chamfort, en homenaje al gran moralista francés del siglo XVIII: «No hay Guaidós sin tres».
Efectivamente, parece que no se ha aprendido nada de lo ocurrido en enero de 2019 con Juan Guaidó, autoproclamado «presidente interino» de Venezuela, reconocido como tal por Occidente y hoy casi olvidado en el resto del mundo.
Al menos entonces, Guaidó, que era diputado nacional y había sido incluso designado presidente del Parlamento venezolano, podía justificar su reivindicación de la jefatura del Estado acogiéndose a un pasaje de la Constitución.
En el caso del nuevo autoproclamado presidente, Edmundo González, su justificación es el recuento parcial de votos recogidos por los opositores de cuya veracidad puede ser lícito dudar.
Tanto al menos como de la autoproclamada victoria de Nicolás Maduro, que tampoco ha presentado hasta ahora las actas completas de las últimas elecciones. Por algo será.
Es decir que otra vez, dos hombres se dicen presidentes de la República Bolivariana y se repite el jueguecito de cuando Estados Unidos, y con Washington todos los aliados, reconocieron a Guaidó frente a Maduro, al que llamaron «usurpador».
Y también ahora como entonces, la única esperanza que le queda a la oposición es que las Fuerzas Armadas del país se decidan por un golpe militar como les ha ordenado expresamente González.
«Ordeno (sic) al alto mando militar desconocer órdenes ilegales que le sean dadas por quienes confisquen el poder y preparen mis condiciones de seguridad para asumir el cargo de presidente», dijo aquél en un vídeo publicado en Instagram.
La tragedia venezolana como la de tantos otros países es que para EE UU de lo que menos se trata es de la defensa de la democracia o la transparencia electoral, sino sobre todo del apoyo a los grandes consorcios, que quieren controlar sus abundantes recursos energéticos.
Y para ello nada mejor que el método tantas veces probado de asfixiar y desestabilizar a un país mediante boicots y duras sanciones económicas que provoquen el descontento de la población y den finalmente lugar a un levantamiento popular.
No ha funcionado en el caso de la pequeña Cuba. ¿Funcionará esta vez en Venezuela? Dependerá de a quién decidan finalmente obedecer sus Fuerzas Armadas.
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