Opinión

Generación NPC

Jóvenes de botellón en Praza da Estrela, en Vigo.

Jóvenes de botellón en Praza da Estrela, en Vigo. / Pablo Hernández Gamarra

Tempus fugit. Hace nada los de la generación X, los nacidos entre los años setenta y ochenta del pasado siglo, éramos los jóvenes del barrio. Con nosotros se popularizaron en España términos y frases que ahora suenan de lo más viejuno: guay del Paraguay, chachi piruli, efectiviwonder, dar un voltio, flipar en colores, dabuten, me las piro vampiro... Alguna todavía la uso; en el fondo, soy un nostálgico. Antes que nosotros estaban los boomers, y después han venido los millennials (generación Y), la generación Z (centennials), los alfas y, quién sabe, quizá alguna nueva de la que no estoy enterado. Cada una con su propio vocabulario.

Todo esto viene a cuento porque estas Navidades mis sobrinos, de 17 y 14 años, me han puesto al día de las palabras y expresiones que usan hoy en día. Muchas son importadas del inglés, mientras que otras son de toda la vida, aunque con nuevos significados o simplemente recicladas y vueltas a poner de moda.

De las primeras me he quedado con random (aleatorio, en inglés), goat (acrónimo en inglés de la expresión Greatest Of All Time, es decir, el mejor de todos los tiempos, aunque también dicen directamente cabra), mood (para remarcar el estado de ánimo) y NPC, que viene de non-playable character. Básicamente, se refiere a alguien sin personalidad, sin opiniones propias, que no aporta nada y que resulta de poca utilidad, como esos personajes secundarios de los videojuegos, que es precisamente de donde el término ha saltado a TikTok. Hay muchas más: bro (de brother), PEC, funar… De las segundas, y éstas las escucho a menudo en la redacción, están obvio, maravilla, literal, 100%, ubícate, servir coño, tener aura, sí soy, de locos...

¿Qué quieren que les diga? Entre mola mazo o Okey Mackey y random o NPC, prefiero las primeras. Pero intuyo que a los boomers nuestras expresiones de La Bruja Avería les sonarían tan absurdas como estas nuevas me lo parecen a mí. Así que dejémoslo en un empate.

En lo que no hay empate, porque cada vez vamos a peor, es en el consumo de alcohol entre los más jóvenes. Los datos asustan: casi la mitad de los estudiantes gallegos de entre 14 y 18 años —más o menos la edad de mis sobrinos—participó en un botellón en el último año, y uno de cada cinco lo hizo en el último mes, según recoge el informe Estudes 2023. Cada vez se bebe antes, más cantidad, con mayor frecuencia y sin distinción entre sexos. ¡Al menos aquí hay igualdad, aunque para mal! El botellón ha dejado de ser una práctica marginal para convertirse en un hábito socialmente bien aceptado entre amplios sectores de la población más joven. La denomina la «cultura del botellón».

En román paladino: los chavales ven de lo más normal emborracharse hasta las trancas (¿esta expresión también es de los 80?) los fines de semana. Es su manera de socializar. Porque, ¿cuál es la alternativa?

El botellón no es solo un problema de consumo de alcohol y otras sustancias. Es el síntoma de un vacío social, educativo y cultural que seguimos sin querer reconocer. Es más fácil mirar hacia otro lado. Y si las administraciones y las familias no nos comprometemos a llenarlo con alternativas reales y constructivas para nuestros hijos, estamos condenados a un ciclo interminable de represión y fracaso. Porque está claro que no hay nada que incite más a un adolescente que lo prohibido. Se repite con cada generación.

El tiempo vuela, las palabras cambian, pero algunas cosas permanecen, como nuestra tendencia a ignorar los problemas de fondo. Los adolescentes no quieren más prohibiciones ni sermones: necesitan alternativas que les enganchen tanto como el botellón parece hacerlo hoy. Y esa responsabilidad no es solo suya, sino nuestra. Si no somos capaces de ofrecerles un futuro más atractivo que el olvido y la desinhibición que encuentran en una botella u otro tipo de drogas, entonces el problema no es de su generación, sino de la nuestra. Seremos una generación «que no aporta nada y que resulta de poca utilidad, como esos personajes secundarios de los videojuegos», una generación NPC.

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