Opinión

Grabado a fuego

Incendio de barrio acaudalado de Los Ángeles se perfila como el más costoso de California

Incendio de barrio acaudalado de Los Ángeles se perfila como el más costoso de California

En octubre de 2017 descubrí lo que significa realmente la expresión grabado a fuego. O al menos cuál puede ser su origen. La noche del domingo 15 no se me olvidará en la vida: las llamas cercando la casa en la que me crié, el personal de Axega evacuando a mis padres y al perro porque el fuego amenazaba con devorarlo todo a su paso, el calor insoportable, el olor a quemado, la impotencia, la rabia… Pero también el arrojo de los vecinos que, apenas sin ayuda profesional y con medios improvisados, logramos detener el avance del fuego antes de que llegase a las viviendas. Un milagro. Mi tío José y yo nos quedamos toda la madrugada, mangueras y cubos en mano, evitando que los rescoldos prendiesen de nuevo (¿te acuerdas, Puime?). Hasta el alba, cuando empezaron a caer cuatro gotas de esperanza.

Esa noche pocos dormimos. Ducha rápida y corriendo al periódico para contar lo sufrido por otros que lo han pasado peor que tú. Que lo han perdido todo: su medio de vida o a un ser querido, como así ocurrió. Sin duda uno de los episodios más angustiosos que recuerdo del presente siglo y de toda mi carrera profesional, que ahora revivo al ver las imágenes del huracán incendiario que amenaza con convertir las colinas más exclusivas de Los Ángeles en un erial. Y que, según el profesor de la Escola de Enxeñaría Forestal Juan Picos —que algo sabe de esto—, guarda muchas similitudes con la ola de fuego que asoló los montes del área de Vigo (y media Galicia) hace casi ocho años. En ambos casos, macroincendios en zonas costeras con diferentes focos, mucho viento y una rápida propagación hacia núcleos residenciales de difícil evacuación.

A los vecinos de Chandebrito, Coruxo y As Neves esta letal combinación de factores, este patrón, les resultará familiar… por desgracia. La cuestión es: ¿hemos aprendido la lección? ¿Se han tomado medidas preventivas para evitarlo? ¿O para proteger a la población en caso de que estalle otra bomba incendiaria como la de 2017? Me gustaría contestarles «sí, sí y sí», pero les estaría mintiendo. El abandono del rural juega en contra, como la actitud irresponsable de unos pocos que, amparándose en la llamada cultura do lume, todos los años prenden fuego al monte a saber por qué (pastos, limpiar maleza, quemar rastrojos, etc.). Créanme, con un primo trabajando en las brigadas forestales de Ourense, que cada verano tiene que apagar incendios en las mismas aldeas, en las mismas fincas, cuando se dan las mismas condiciones meteorológicas de calor, viento y humedad, es imposible no pensar en que hay auténticos profesionales del fuego.

¿Y en Vigo? ¿Estamos a salvo? El famoso anillo verde (una zona libre de especies pirófitas que ayudan a propagar el fuego, como el eucalipto) que tanto el Concello como la Xunta anunciaron para proteger los núcleos urbanos sigue encallado en los despachos. Han sido las propias comunidades de montes las que han dado el paso, repoblando y creando una barrera vegetal con especies autóctonas, pero a la que aún le faltan muchos kilómetros para completarse. Así que, volviendo a la pregunta, ¿estamos a salvo? Respondan ustedes.

A mí, la fatídica noche del 15 de octubre no se me olvidará jamás, pero mucho me temo que no será la última. El fuego deja cicatrices en la tierra y en la memoria, pero también debería dejar lecciones. Mientras no actuemos con responsabilidad y previsión, estaremos condenados a revivir pesadillas como aquella, atrapados en un ciclo que, como las llamas, solo se extinguirá con una acción decidida y la ayuda de todos.

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