Opinión | Libre directo
Mientras callas
Una de las frases más nocivas que se han dicho sobre el fútbol es aquella de que “nadie celebra un resultado económico”. Se repetía a modo de chascarrillo, con el palillo entre los dientes, en aquellos tiempos de desmadre donde cualquier gasto estaba justificado si la pelota acababa donde debía.
Corrían el dinero y las comisiones para felicidad de todos los actores en juego y quienes debían ejercer un mínimo control estaban más preocupados de que les hicieran hueco en el balcón para las celebraciones. Los presidentes solo eran cuestionados en caso de naufragio y su forma de aplacar la ola crítica era anunciando más gasto para la temporada siguiente porque ya se sabe que “nadie celebra un balance”.
Aquel suicidio financiero encontró freno gracias al control económico de la Liga, herramienta que con el tiempo se ha ido “personalizando” al gusto de quienes siguen sin discusión los mandamientos de Javier Tebas, pero que al menos introdujo un rigor en la forma de funcionar de los clubes, obligados a mejorar sus estructuras internas (buenos profesionales en la administración, en la búsqueda de recursos y mayor responsabilidad a la hora de tomar decisiones deportivas) para ser viables y mejorar su resistencia ante imprevistos y desgracias deportivas.
Todo esa filosofía ha saltado por los aires después de que el Consejo Superior de Deportes (que en los últimos lustros ha reunido a incompetentes de enorme calibre a quienes apenas da tiempo a colocar las fotos de la familia en el escritorio) haya concedido una cautelar para que Olmo y Pau Víctor sean inscritos pese a que el Barcelona incumplía los requisitos en el plazo exigido, el que rige para el resto de clubes de la Liga en una situación similar.
Uribes, por conveniencia política del actual gobierno y para minar a uno de sus enemigos declarados como Javier Tebas, acudió al rescate con la excusa de que se dan tres meses de plazo para entrar en el fondo del asunto (eufemismo que equivale al “tú ve tirando y ya luego vemos”). Casi peor que la medida arbitraria es su ridícula justificación, condensada en una nota inclasificable, donde el CSD habla del grave daño que supone no inscribir a los jugadores para el club (eso legitimaría cualquier otra reclamación), para la Supercopa e incluso para la selección española. Les faltó incluir el cambio climático en ese combo.
¿Y quién ampara a los rivales del Barcelona, a quienes cumplen las normas, a quienes se han preocupado por mantener una gestión acorde con su realidad sin caer en delirios imposibles, a quienes cumplen con el reglamento, a quienes sufrirán los goles de Olmo? El CSD, por si quedaba alguna duda, ha dejado claro que no todos somos iguales y en el colmo del delirio han apelado a su afán por proteger la competición. Curioso que eso se pueda hacer pisoteando el reglamento al que ellos dieron validez y prometieron hacer cumplir.
Los clubes callan por ahora. Su silencio duele, su pasividad deprime. Salvo esas notas que parecen pellizquitos permanecen agazapados a la espera de lo que diga patrón. Tebas tiene en parte lo que se ha trabajado. Durante demasiado tiempo ha sido el cómplice del Barcelona en su permanente huida hacia delante y que ha llevado la deuda azulgrana a una cifra que nadie es capaz de concretar. Convencido de que lo necesitaba para hacer más atractivo su producto, ha consentido toda clase de tropelías: palancas que no eran tales, ventas de activos que jamás llegaban a ejecutarse o inscripciones de jugadores en base a ingresos que nunca llegaban.
El presidente de la Liga asumió sin problemas el papel del “malo” que necesitaba Laporta —el hombre que parece vivir en una eterna despedida de soltero— aunque en el fondo estuviese tratando de ayudarle. El resto de clubes, a regañadientes, también tragó con esa doble vara de medir a la hora de examinar sus cuentas. Esta semana han descubierto que el propio Gobierno les considera una clase inferior, sometida a un escrutinio diferente. Se habían acostumbrado a los arbitrajes, a las redacciones amistosas de las actas (recordemos que el Celta pagó con tres partidos un “qué prepotencia” y con dos un “muy mal”), a los horarios a la carta pero lo que ya no podían imaginar es que también habría un reglamento diferente para ellos. Mientras callen tendrán merecido todo lo que les pase.
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